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La venganza de la serpiente

Hermano Pablo | Reverendo

Mohamad Pasha Miya, de la India, era encantador de serpientes. Era amigo de los reptiles. Los respetaba al mismo tiempo que los dominaba.

Un día lo llamaron para matar una cobra que había entrado a un aserradero. Mohamad fue, mató al reptil y lo metió en una cesta. Luego llevó la cesta a su tienda y se acostó a dormir. De alguna manera la serpiente, que en realidad no había muerto, recobró fuerzas. Se salió de la cesta y se enroscó en el cuerpo de Mohamad. Con ese mismo sigilo y quietud de las serpientes, le clavó sus letales colmillos cuatro veces en la garganta.

Mohamad nunca había matado cobras. Había en él, como en casi todos los encantadores de serpientes de la India, un respeto reverente hacia esos ofidios. Los tienen, casi, hasta por dioses.

Cuando mató a la cobra, presintió que algo malo le ocurriría. Y aunque, por los muchos años en su oficio y por las muchas mordeduras recibidas, estaba casi totalmente inmunizado contra el veneno, no soportó cuatro inyecciones de la ponzoña de la cobra.

"Fue el beso de la muerte -comentó Roja Miya, hijo y aprendiz del encantador-. Mi padre no resistió la cuádruple mordedura." Los diarios llamaron a ese suceso "La venganza de la serpiente".

De una manera u otra lo mismo le pasa a todo el que juega con el mal, que se solaza en practicar cosas contra la ética y la moral, que viola la ley humana y la ley de Dios. Por mucho tiempo se cree un hábil encantador. Dice saber esquivar las leyes y mantener oculto el secreto. Cree engañar al esposo o a la esposa, en fin, a todo el mundo. Pero el diablo no le es fiel a nadie, sino que traiciona, por diversión, a cualquiera que se hace su servidor. Igual que la serpiente que mató a Mohamad, clava sus colmillos en la garganta del incauto, y éste termina derrotado.

Todo delincuente que constantemente viola cualquier ley cae a la larga. De igual manera, todo el que viola la confianza de algún amigo, o las promesas de amor, o los votos matrimoniales, siempre cae.

Necesitamos un Guía, un Maestro, un Señor. Jesucristo es el único capaz de librarnos para siempre del veneno de Satanás e inmunizarnos perennemente contra él. Entreguémosle nuestra vida a Cristo.



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