Todo en algún momento hemos escuchado aquel pensamiento de que es más fácil llegar que mantenerse.
Sin duda que quien lo expresó por primera vez sabía lo que estaba diciendo, y tal vez lo dijo tras ver cómo algunos individuos comienzan con entusiasmo una tarea, para después sumirse en la pereza y la indiferencia en medio de esta.
Lo descrito es algo que nos afecta a muchos panameños. Cuando comenzamos en un trabajo, estamos como cañón, pero con el transcurrir de los meses, nos metemos en nuestra "zona de confort", quedamos laborando en piloto automático.
En el plano personal nos suceden cosas parecidas. Empezamos una rutina de ejercicios corriendo 30 minutos. Semanas después bajamos a 25 minutos; luego a 15 y al final sacamos la excusa clásica: "no tengo tiempo".
Cuando vemos que ya no cabemos en los pantalones, unos meses o años después, comienza nuevamente el proceso de arrancar con todo para ir disminuyendo la velocidad hasta detenernos.
¿Cuantas veces se dan los casos de personas que invierten en un negocito propio, y que terminan quebrando porque dejaron de atenderlo?
Es cierto, ser perseverante y consistente no es fácil. A veces parece que la vida nos lanza toda clase de obstáculos precisamente desde el momento en que nos proponemos algo que realmente vale la pena.
Pero, ¿qué sucede?, que esos obstáculos no son otra cosa que las pruebas que nos llegan para nosotros demostrar qué estamos dispuestos a hacer para lograr nuestras metas.
Después de la vida, el recurso más importante que tenemos es el tiempo. Cómo aprovechemos nuestro tiempo incide en cuánto dinero ganaremos, cuánto descansaremos y cuáles serán nuestros logros.
Desacelerar es prácticamente lo mismo que detenerse, ya que la vida no espera a nadie.