MENSAJE
El problema está en el ojo

Hermano Pablo
Fray Gastón Guillaume, bajo intensa carga emocional, tomó su decisión. Según su conciencia, no podía vivir más. Escribió una breve nota al prior de su convento, el monasterio de Saint Honorat, de la isla del mismo nombre en la Costa Azul francesa, y acto seguido se estranguló con su propio cordón. El suicidio de Fray Gastón desató una ola de protestas. El monasterio, que data del siglo IV, está situado frente a las playas. Y en los tiempos modernos las playas de la Costa Azul se están llenando de mujeres, bañistas con muy escasa ropa. Esto es cruel para los monjes, pues así no pueden entregarse a la meditación como ellos quieren. "O se van esas mujeres diabólicas -advierten los monjes- o cerramos el monasterio, que es gloria de Francia." Esta noticia, aparte del hecho triste del suicidio de un joven monje, tiene sus ribetes pintorescos. Muestra el contraste que forman los monjes que siguen las normas del siglo IV de nuestra era, frente a muchachas bonitas de los finales del siglo XX que han echado por la borda muchos de los prejuicios antiguos. Para los monjes y las monjas que se encierran en sus monasterios y conventos en busca de la santidad, tan sólo el pensamiento sobre cosas sexuales ya es pecado. Cuando no pueden resistir esa tentación, caen. Entonces el complejo de culpa los lleva a la automutilación o al suicidio, como lo hizo el joven monje de la noticia. Primero se mutiló, después se suicidó. Pero el Señor Jesucristo nunca dijo que la tentación estaba solamente en la mujer. Él nunca dijo, por ejemplo: «Si la mujer que se pone a tu lado, o se baña en la playa que está frente a ti, te es ocasión de caer, tómala de un brazo y quítala de tu presencia.» Jesús no habló en estos términos absurdos. Por el contrario, Él dijo: «Si tu ojo derecho te hace pecar, sácatelo y tíralo. Más te vale perder una sola parte de tu cuerpo, y no que todo él sea arrojado al infierno» (Mateo 5:29). Con esto el Cristo pone el problema donde el problema está: en la concupiscencia interna del corazón. Si queremos llevar una vida limpia, sin tentaciones ni problemas, ya sabemos lo que debemos hacer: entregar el corazón a Cristo para que Él, sólo Él, lo limpie, lo purifique y lo regenere.
|