Al alarmante índice de niñas embarazadas, y que ha preocupado a las autoridades de la provincia de Coclé para hacer un llamado de atención a los padres y madres de familia a que cuiden y orienten a sus vástagos, y evitar los embarazos precoses, debe ser motivo de suma inquietud para la sociedad civil, los docentes, las iglesias.
El Gobierno Nacional, el Organo Judicial, el Legislativo, los padres y madres de familia y los responsables de crear el Código de la Familia, para tomar los correctivos urgentes que eviten, que criaturas inocentes sean quienes sufran las consecuencias de jóvenes irresponsables (niñas de 10 y 14 años) que traen vidas al mundo, por enamoramiento de novela, por seducción de jóvenes púberes o mayores de edad enfermos, o por los estereotipos sociales de sentirse y creerse hombres y mujeres adultos.
Según muchos trabajadores sociales, ello es consecuencia directa de la desintegración, desmoralización y falta de espiritualidad de la familia panameña, que irónicamente, ha fomentado el Código Familiar. Independientemente a que un fiscal o un juez actúe contrario a derecho, al juzgar con un criterio deformado o amañado, la misma ley, que se creó como una medicina ha sido peor que la propia enfermedad.
El mentado y sonado 147, número telefónico, que bajo el manto y nocturnidad de un anonimato doloso, permite que niños denuncien a sus padres cuando estos quieren corregirlos, educarlos o bien inculcarles el hábito del trabajo y la solidaridad familiar.
Hoy los jóvenes les gritan a sus padres, los amenazan con denunciarlos, les faltan el respeto, hacen lo que les venga en gana, no estudian, se engavillan y festinan del ocio, la madre de los vicios, porque simplemente se sienten protegidos por el altruista y remodificado Código de la Familia y el Menor. De allí que los padres y madres de familia deben cambiar la siembra educativa para cambiar la cosecha hijastral, deben educar con el ejemplo, corregir con amor, fraternizarse y amistarse con sus hijos, inculcarles el hábito a la oración, la cristiandad, al cumplimiento de los mandamientos divinos, motivarles y explotarles sus talentos, compartir risas y alegrías, porque de lo contrario, por mucho auge económico que logremos, nuestra sociedad será nuestro propio verdugo, estaremos formando una sociedad deformada, un pueblo cimentado en la irresponsabilidad, en la vagancia, en la pereza, en el odio, defectos que nunca nos harán surgir como nación.