¿Han visto alguna vez una trompa parecida a la un oso hormiguero a un amigo o conocido? ¿Si? Se trata de un ejercicio que practican muchas personas en este país con su boca. Ellos la tuercen lo más que puedan y hacen proyectar sus labios más hacia afuera. De esta forma es que nos da la sensación de que estamos viendo la trompa de un oso hormiguero, pero en realidad estos animalitos la tienen más bonita.
La personas de la calle son muy diferentes. En nuestra sociedad encontramos gente amable, callada y también a los groseros o "abusadorcitos". Estas personas no gozan de simpatía porque parece que todo les hiede. Andan con una amargura encima que no les permite ser amigos de nadie.
Dígame usted ¿quién quiere tener un amigo así? Al menos, acá entre nos, no los quiero ni a diez metros de distancia de mí para evitar contratiempos.
Ser grosero no nos conduce a nada. Al contrario, nos saca del núcleo social donde nos activamos, ya sea éste la familia, el trabajo o el barrio. Hay que ser más amable. La amabilidad abre más puertas que la grosería, así que desde ya aprenda a practicarla más a menudo.
No podemos pelearnos en casa con el hermano, con el vecino o con el compañero de trabajo, sólo porque están haciendo algo que te no guste. Cuando ocurran estas diferencias, lo mejor es abrir al canal del diálogo y resolver cualquier diferencia estúpida.
Si usted trabaja en atención al cliente y, por casualidad de la vida tiene un problema familiar que le esté afectando, trate de ser un actor y disimule esa molestia porque sus clientes no tienen la culpa de sus males.
Si no hemos podido llevar una vida de la mejor forma, ya sea porque haya sido la voluntad de Dios, no hay por qué enconcharse para salir como las fieras y ser grosero. ¡Cambie!