El suicidio es una conducta que ha aparecido en la historia de la humanidad de todas las culturas conocidas. La acción de quitarse la vida de manera voluntaria y premeditada, es la respuesta que el individuo logra después de una larga serie de análisis emocionales, afectivos, cognitivos y espirituales que quienes no estamos viviendo acostumbramos a juzgar desde diversas perspectivas: pecado, locura, cobardía o ignorancia.
No importa el adjetivo con el que se califique la conducta, el resultado es el mismo. Se dice que el suicidarse es una conducta que sólo los cobardes pueden realizar, pero este juicio depende de la cultura.
Durante la Segunda Guerra Mundial, los japoneses utilizaron los kamikazes como una estrategia militar válida para minar las fuerzas navales estadounidenses. Los familiares de estos jóvenes (sí, prácticamente eran unos niños), veían la acción como un hito que les traería orgullo y honor a su familia por generaciones. Nadie hablaba de cobardía.
Durante la construcción del Canal de Panamá, gran número de inmigrantes chinos optaron por el suicidio debido a la depresión y la miseria que experimentaban en una tierra extraña y difícil. Así, existen incontables ejemplos en los que, por la cultura o la época, el terminar con su propia vida no era sinónimo de vergüenza o cobardía.
En Panamá, desde el año 2001 al 2005, 459 panameños y panameñas cometieron suicidio.
¿Por qué nuestro sistema de salud no pudo hacer nada para prevenir dicha conducta? ¿Será que en Panamá todo lo arreglamos con desfiles, murales, charlas para invitados especiales y volantes recogedoras de polvo engavetadas en escritorios de oficinas refrigeradas?