El primer desaire fue la inasistencia del señor Castro a la IV Cumbre del Caribe. El segundo fue la insolencia de los representantes del gobierno cubano que, violando las más elementales reglas de la cortesía diplomática, en nuestra propia casa vinieron a enrostrarnos que todavía están considerando cuando restablecerán las relaciones diplomáticas que ellos rompieron unilateralmente, hace un año.
Si a lo anterior se suma que, por un lado, el presidente panameño hizo esperar a los mandatarios de los otros estados asistentes a la IV Cumbre para la foto protocolar de la reunión y, por el otro, le dispensó al vicepresidente del régimen castrista el tratamiento especial de recibirlo en su residencia particular, es obvio que nuestra imagen internacional ha quedado bastante maltrecha.
El gobierno cubano, en represalia por el indulto de la presidenta Moscoso a dos anticastristas acusados de atentar contra Castro, rompió las relaciones diplomáticas y se llevó a su embajador. Si su berrinche era con el gobierno anterior, al asumir el nuevo gobierno, Cuba debió, inmediatamente, solicitar permiso para enviar de vuelta a su representante. Han transcurrido 11 meses desde entonces y Panamá, en vez de exigirle a Cuba una satisfacción, sigue, pacientemente, esperando que el señor Castro decida, cuando y como a él parezca, "si nos merecemos el honor de tener un embajador cubano".
Respetuosamente, propongo que les mandemos a freir espárragos.
Nota aclaratoria: Los días 22 y 29 de julio de 2005, fueron publicados, en este mismo espacio, dos artículos que yo no escribí. El segundo de ellos se refería a las relaciones diplomáticas con Cuba. Por ello, estimo oportuno aclarar mi posición en ese tema.