En un vecindario de nuestro querido Panamá, un día salió una vecina alborotada a tumbarle la puerta a su vecinito de al lado. La mujer gritaba como una loca: ¡Apague ese humo...no ve que mi hijo sufre de asma, pedazo de imbécil!
Ante la solicitud, el hombre, que estaba quemando hojas en el patio de su casa, optó por apagarlo, pero por dentro estaba que se moría de la rabia por la manera salvaje en que se lo pidieron.
Días después, el vecino siente un fuerte olor a nicotina. ¿Adivinen de dónde venía el olor? Sí, ese olor apestoso de cigarrillo provenía de la casa de la señora que días antes había reclamado que apagaran un fuego porque su hijo tenía problemas de salud.
Es increíble que existan seres humanos que reclamen cosas que ellos mismos no cumplen. La mujer salvaje, al parecer, esperaba la oscuridad de la noche para fumarse muchos cigarros, como si el horario implicaría que no afectaría a su niño.
El señor, quien se percató del problema, puso comunicó a su vecina que lo que hacía era peor que quemar hojas. El final no fue de telenovela, pero sí se impuso el principio saludable del vecindario.
Este hecho probablemente se esté repitiendo en muchos sectores del país y puede ser que usted, quien ahora lea esta columna, sea esa persona que reclama por todo, pero es el que o la que fuma en horas de la noche para no ser vista (o).
Si desea ser un buen ser humano, cambie. Deje de fumar. Hágase muchas preguntas. ¿Por qué fumo? ¿Qué beneficio obtengo? o pregúntele a su esposo sobre su aliento. Pídale que sea sincero. No vaya a enojarse cuando le digan que su boca huele a estiércol y, lo que es peor, sus pulmones se están poniendo como una ciruela pasa.
Oiga, deje ese cigarrillo a un lado y sonríale a la vida de oreja a oreja porque usted vale mucho.