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Hay gente hedionda. Pero el asunto grave no está en los malos olores que emanan de ellos, sino en las consecuencias psicosociales que esta situación acarrea, tanto para el pestífero como para quienes están a su alrededor.
Lo marginan, y si es mujer la etiquetan como desaseada y procuran evitarla.
Y es que la buena presencia no es simple cuestión de apariencia física. Uno puede estar muy bien vestido o vestida, y oler a rayos, lo que causa el mismo desagrado que si estuviera en harapos.
Hay que cuidar entonces el cuidado personal, que más pronto de lo que se cree se transforma en salud. Los dientes, las axilas, el cabello, los pies, todos los orificios, las manos, los ojos: cada una de las partes del cuerpo requiere atención pormenorizada para evitar futuras enfermedades.
Pero este cuidado también evitará el rechazo de la comunidad, que espera de cada uno de sus hijos una adecuada conducta, y va sacando de sus ámbitos a quienes transgreden las normas de convivencia, aunque sea una tan trivial como un buen baño.
Es cierto que la cuestión de bañarse todos los días es un asunto cultural (que no tiene mayor incidencia en Europa, por ejemplo). Aún así, nos corresponde en nuestras tierras calientes tener los exagerados cuidados que una vida tranquila y sin marginación por hedores requiere. |
