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Durante la presentación recibió el premio "Pluma de Oro", que otorga la Cámara Panameña del Libro, presidida por Priscilla Delgado. Foto Ricardo Iturriaga  |
La Feria Internacional de Libro fue un paréntesis de buenas noticias en medio del caos que vive Panamá. Más bien fue una cascada de novedades, y de motivos para renovar las esperanzas. Los cincuenta mil asistentes son testigos.
En el ombligo de la feria, un viernes lleno de multitudes y sorpresas literarias, Ramón Fonseca Mora puso sobre el tapete nacional su novela "Soñar con la Ciudad" (Alfaguara 2001), que el gran maestro Justo Arroyo colocó bajo el fino microscopio de su análisis para desmenuzarla.
Arroyo, quien fue jurado cuando esta novela ganó el premio Ricardo Miró de 1998, le abrió las entrañas a la obra de Fonseca para dejar en la audiencia (había en la presentación 600 personas atentas) tres ideas bien precisas: la primera, que el autor, al mejor estilo de Homero y de Joyce, pero indudablemente guiado por la mano fantasmal del primero, cuenta una historia de viaje, de camino y caminantes, cual la Odisea griega, con sus propias Circes y Cíclopes.
La segunda observación es reveladora: Fonseca Mora (que ha jugado con diversos estilos literarios) echa mano ahora de los diálogos -Hemminway fue un maestro en la técnica señalada- lo que lo separa dramáticamente de la tradición latinoamericana, más propensa a las descripciones y el color. Fonseca, al igual que los escritores anglosajones, escribió esta vez como si fuese un guión de cine, preparado todo para ser llevado a la pantalla.
Una tercera idea esbozada por Arroyo habla del carácter lineal de "Soñar con la Ciudad". Fonseca no experimentó esta vez, y siguió la forma universal con principio, nudo y desenlace, detalle que se debe resaltar por lo que se dice de la literatura hispanoamericana, que es experimental. Fonseca, pues, no experimentó; contó una dramática historia en el orden acostumbrado.
Sobre el fondo y el argumento, Justo Arroyo jugó limpio y no contó detalles. Apenas adelantó que es la historia de dos niños, oriundos de las montañas. Un hermano que viene a la ciudad en busca de su hermana, y que en el camino se tropiezan con la dura verdad que encierra toda urbe en su seno: la deshumanización. Fonseca dedicó esta novela a su gran amigo, dondequiera que esté: Héctor Gallego. |