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Las habladurías son el peor de los venenos en una comunidad, tan grande como un vecindario criollo, o tan pequeño como una oficina de trabajo. En cualquiera de los casos, hablar de los demás corroe el fundamento de las relaciones humanas, y nos convierte a unos y otros en enemigos. Donde el bochinche reina, no hay paz ni productividad ni desarrollo personal, y mucho menos promoción humana.
Hablar de otros a sus espaldas es síntoma inequívoco de enanismo espiritual, de complejos inconfesables de inferioridad. Tratamos por todos los medios de reducir la importancia de los otros, porque es la única forma que nosotros subimos de nivel ante los ojos de los demás, y ante nosotros mismos. El bochinche es marasmo, aguas negras de las relaciones interpersonales, dolor del alma comunitaria.
Solo la franqueza y el control de la propia lengua, hará que progresemos como individuos, y en esa misma medida, como sociedad. Seguir el juego del chisme que oímos aquí, y que pasamos más allá, poco a poco va enterrando la felicidad y la armonía en la casa, la oficina, el taller, la fábrica, la escuela y el país. |
