Cuando va camino a la caja, el bateador busca su mayor concentración. Por delante tendrá a un astuto jugador, capaz de lanzar la pelota a gran velocidad, al mismo tiempo mermar su recorrido, cambiar la dirección y hasta cambiar el plano en cuestiones de micro-segundos.
Además de eso, el bateador tiene apenas una pieza de madera lisa y redonda de no más de 2 3/4 pulgadas, con un peso especial (27 a 35 onzas) y tamaño estipulado, con el que se hace complicado el contacto. Los lanzamientos pueden romper en cientos de pedazos el bate empuñado y a veces ver, como un disparo errado, impacta en la anatomía del bateador, dejando huellas casi imborrables, física y mentalmente.
CON LA MADERA AL HOMBRO...
El bateador mueve su cuerpo como una bailarina, busca un equilibrio similar al de una tabla de gimnasia. Su mirada apunta a la mano de lanzar y busca en su mente, una bola imaginaria. Su cerebro revisa el repertorio del lanzador, deja que aquella computadora deportiva analice y saque conclusiones, de como golpear los diferentes tipos de lanzamientos.
Atrás de su pierna de apoyo hay un enemigo. Agachado y espiando las posiciones de sus piernas. Pide lanzamientos que a su juicio serán poco bateables. Los dedos desnudos de su mano derecha se mueven de arriba hacia abajo y de norte a sur.
El movimiento rápido y en clave, transporta un mensaje al lanzador que ellos dos solamente conocen.
Su otra mano, suele estar protegida por un guante de cuero de caballo, delgado y flexible, además de una mascota o manilla especial, completamente acolchonada, protegida y segura. El espía se disfraza con una máscara de hierro y un pecho esponjoso. Sus rodillas son de plástico irrompible y en su interior, lleva una carátula que protege dos bolas envueltas en bolsas de piel.
El lanzador parece estar dispuesto a atacar a su presa. A pesar de tener un bate, el hombre parado en la caja, a una distancia de 60 pies y 6 pulgadas es la víctima y no el agresor. Apenas un redondel blanco se aprecia a la distancia. Esa esfera formada por un hilado de estambre enrrollado, alrededor de un pequeño centro de corcho, goma o material similar, suele viajar a una velocidad impresionante. Forrada de cuero y cosida entre sí, el objeto volador identificado de cinco onzas se alista para hacer su llegada.
¿Y QUIEN ES EL?
En ese momento, un caballero de negro, alto, de gran personalidad le llama en voz alta. Ese caballero es el jefe del terreno, manda entre las dos líneas de cal y allí sólo se conoce su ley. En su llamado dice: "Busque su casco". El bateador coloca en su cabeza, una especie de sombrero, protector indispensable a la hora de conectar una pelota.
Viene el lanzamiento. El lanzador realiza su rutina mundial. Con algunos cambios ligeros, pero en el mismo son, levanta los brazos, luego una de sus piernas camina un paso atrás, su otra se levanta en lo alto y su brazo sacude la blanquita para el "home". El tiempo de recorrido es menor al segundo en unas ocasiones, otras veces se toma más tiempo.
La pelota se mueve como una hoja, gracias a un agarre cde combinación de dedos. El bateador logra golpearla con fuerza y la "madame" de traje blanco pega un grito. Todos de pie, el llanto se confunde con el zumbido del viento y la pelota toma altura y distancia. A 320 pies del home hay una cerca o muralla, pero no es impedimento para detener su viaje.
Allá se fue... lejos del plato. Los humanos la pueden golpear a 475 pies, pero hay raros personajes que pueden volar una valla a 500 pies del home (Mickey Mantle). El bateador despega sus zapatos de hierro de la caja y levanta algo de ladrillo molido, comprimido y mojado, que sirve de superficie. Sus pies se levantan sincronizadamente y empieza un recorrido de unos 72 segundos, en una ruta marcada de 90 pies, entre pequeños sacos blancos (cuadrado de 15 pulgadas, 38, 1 cm, por cada lado y no menor de 3 pulgadas, 7, 35 cm, ni mayor de 5 pulgadas, 12, 25 cm de grueso, y rellenas con material suave), conocidos como almohadillas.
RECORRIDO ELEGANTE...
La recta final con un camino de 6 pies de ancho lo lleva a la gloria. Al final pisa con fuerza el plato, ese pedazo de material blanco, con cinco puntas, llamado "home plate".
Se dio el jonrón. Todos saltan, brincan y un aficionado alegre trata de consolar a la pelotita que se despidió del terreno de juegos. Viene otro bateador, se repite la historia, pero ahora el lanzador tiene furia y su humor no es el mismo.
Mejor vamos a comer unos "perros calientes".
"Yo invito"
¡Viva el béisbol!