Hay en la tierra pueblos que revelan pasos muy lentos a lo que era ayer el porvenir y que hoy no es más que el presente, cumbre pocas veces accesible, teniendo en cuenta la ausencia de refinamientos ostentada por nuestra cultura. Se observa una terca tirantez en la adquisición de los poderosos rayos de luz espléndidamente puros que denuncia la civilización. Debimos estar identificados para el crucial evento que requería de nosotros una fiel preparación.
Es una vergüenza administrar el medicamento de un solo golpe, en dosis desproporcionadas, dichos efectos pueden ser trágicos indudablemente en un cuerpo sin defensa.
Las normas innovadoras reclaman aprestamiento; los nuevos movimientos son exigentes y se asumen con grandes dificultades. Hábitos reforzados, actitudes invariables y de atinos cuidadosos sin fallos estrafalarios, son cualidades inalienables, inherentes a las adaptaciones que tienen la potestad de anunciar la inmisericorde tempestad.
A la mediocridad le es impuesta las medidas de las potenciales eventualidades que se han presentado de la noche a la mañana con graves exigencias. Uno de ellos es el uso de la telefonía celular que representa fuertes erogaciones de divisas, para escuchar conversaciones como estas: oye ahí te dejé la comía en la refri, yo voy ahorita mismo por Río Abajo, lávale la ropita al niño. Aceptamos la civilización en todo lo que significa gastos porque queremos estar en la onda y luego, ¿ Qué ocurre con el dinero para los gastos de las necesidades hogareñas? Emprender la marcha hacia donde
mora el pensamiento no es lo auténticamente codiciado para muchos. Las imprudencias nos aconsejan tirarnos de cabeza a donde el desastre ha colocado su aposento. Es muy claro que uno de nosotros tiene sus preferencias secretas que en cierto grado debido a coacciones externas tenemos que sacrificar.
La ignorancia es una forma de ceguedad que urge rectificar, vemos pero no logramos comprender lo percibido, siendo un pecado cruel someterlo al debido análisis. Cuando procedemos sin el correcto escrutinio somos víctimas irremediables de la especulación. Dios nos dejó la fuerza reactiva llamada cerebro para ejercitarla en las grandes tareas donde gobierna la escrupulosidad, esa en su devoción, también su función.