Los políticos no han entendido algo: son empleados del pueblo, no sus amos. Por esta ignorancia, muchos de estos burócratas usan sus puestos públicos para enriquecerse ilícitamente, y tratan a los subalternos y a los contribuyentes con los pies. Se creen dioses, o favorecidos por la divinidad, y se niegan a servir.
Este es el caso de muchos ministros de Estado, quienes arrogantemente aparecen en los foros pateando a quienes tienen ideas contrarias a ellos. No aprenden que están en sus puestos por obra y gracia de la opinión pública, a ella se deben, y ésta merece respeto.
Ojalá hubiese algún mecanismo para sacar a empellones a estos señores arrogantes de sus cargos si hacen mal su trabajo, o si menosprecian a la gente que los llevó al puesto. La democracia, lastimosamente, no permite esto. Cuando se abra la puerta de esta posibilidad, otro gallo cantará.
Lo serio del asunto es que la opinión pública escoge un mandatario, y éste elige a sus colaboradores, muchos de los cuales no gozan del apoyo de la comunidad. Siendo la designación indirecta, se sufre el fracaso y la frustración. |