En una de las portadas del diario esta semana publicamos una desmesurada fotografía, casi en vivo y a todo color, donde aparecía el rozagante nalgatorio de una jovencita sin pudores. Aquella toma la logramos en la tarima del Planeta Balboa en San Miguelito, donde se había invitado a enseñar el trasero a todas aquellas chiquillas que quisieran ganarse por ese acto procaz, veinte dólares.
La rorra que nos ocupa trepó, sonrió, desajustó embarazosamente botones y cremallera, y en un santiamén tenía el pantalón en las rodillas, lo que le permitió mostrarle a la cámara y a no menos de mil mocosos más que estaban ahí, sus saludables posaderas, las cuales ahogaban un diminuto y exigente hilo dental color pastel que le ceñía dictatorialmente sus más recónditos lugares.
Era una escena endemoniadamente sexual y lasciva, lo acepto, en la que se mostraba apenas (y por eso más erótica) las esquinitas preliminares de la enfundada vulva de la señorita, quien estaba de espaldas.
Ese día fue incesante en la redacción el rebato del timbre telefónico, que por suerte es digital, pues si mantuviéramos las campanillas de metal del siglo pasado se hubieran derretido por tanto sonar, y por las elevadas temperaturas de las palabrotas que algunos lectores exaltados profirieron.
Y aquí llegamos donde íbamos: La injusticia de mandar a la picota al periodista que publica este tipo de hechos, mientras juez y verdugo se quedan de brazos cruzados ante el hecho mismo.
Muchas personas lanzan sus piedras contra el último eslabón de esta cadena: El diario, que no hace otra cosa que echar el cuento de lo que está ocurriendo en la calle; de lo que le están haciendo a los hijos de uno; de la droga que les están mercadeando; de los antivalores que les inoculan; de la jaula de sexo sin freno donde nos los están confinando.
En esta ocasión nadie pegó el grito al cielo porque una empresa licorera engatusa a nuestras adolescentes ¡nuestras hijas, coño! y las trepa en un palenque donde las invita a quitarse la ropa a cambio de "dinero fácil". Por el contrario, nos condenan a los periodistas que, mediante una foto y un texto noble, denunciamos semejante brutalidad.
Muchos lectores se quedaron en la fotografía que, sí, era fatua. Pensaron que la habíamos puesto ahí por puro morbo, para deleite de los libidinosos, para mostrar un par de nalgas rubicundas y bien torneadas sin ningún motivo expreso. Quizá creyeron que únicamente nos interesaba el dinero que podríamos ganar con la venta del ejemplar de ese día.
Pocos bajaron al sótano ni levantaron la tapa para hablar del problema real. Rosa, una novel periodista que tenemos en la fauna de la redacción, quien estuvo ahí cuando se tomó la foto, advirtió que por lo menos ese día se "obsequiaban" 20 dólares a las desnudistas, porque en otras ocasiones el premio mayor es un cupón para estamparse gratis un tatuaje en cualquier parte del cuerpo, o una botella de licor. Y esto se hace en los sitios de baile de las empresas cerveceras, en el Pub Herrerano, ¡y hasta en los saraos universitarios!
Muchos quieren evitar que sigamos poniendo este tipo de fotografías en nuestras portadas. Pero nadie hace ni dice nada por detener estos aquelarres en los que se les está drenando el cerebro a nuestros jóvenes. Nadie mueve un músculo para evitar que a nuestras muchachas (las futuras, si no actuales, madres de los panameños) se les siga usando como al queso en una trampa de ratones. |