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Fabrican aviones en Torrijos-Carter

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Miriam Vicenta Almanza
Crítica en Línea

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Estos son algunos de los modelos confeccionados por Luis Alvercio, pero él también hace yates en todos los estilos y a todos los gustos con un acabado impecable.

Este es un panameño que ha puesto sus sueños a volar alto. Su pasión por las alas lo ha convertido en un creativo artesanal, cuyas herramientas esenciales son: imaginación, manos, un cuchillo doméstico y una segueta.

Luis Alvercio Pittí, chiricano de nacimiento, es el diseñador de distintos modelos de aviones decorativos elaborados en madera de balsa en todos los tamaños, de todas las aerolíneas y con todas las exigencias de los verdaderos aparatos que atraviesan los aires.

El arte de la aviación es algo que Luis Alvercio lleva "metido en la mente y la sangre" como él mismo dijo a "Crítica".

Metido en un 'overall' (cubretodo) azul como el que usan los mecánicos de aviación, Luis Alvercio dejó al desnudo su desvelo artístico.

Todo empezó cuando tenía doce años, dijo achicando los pequeños ojos que brillaban con picardía. Es como si reviviera aquello que inició hace más de 28 años.

Arrugando su naricilla y mostrando sus dientes, Luis Alvercio recordó que tenía una amiga rica "que vivía en una mansión allá en Changuinola".

Él la visitaba a diario. "Claro, yo estaba ena-morado solo", reflexionó. En una ocasión, cuando ella estaba sola, la visitó como de costumbre. Ella siempre le ofrecía chichas y cosas para comer. Pero aquel día él se metió en la biblioteca del padre de la niña rica de su misma edad. Le pidió permiso para mirar algunos libros y a sus manos cayó la "Enciclopedia Mundial de la Aviación". Empezó a hojearla y quedó embrujado con su contenido.

Leyendo la historia, se dijo que si los hermanos Wright pudieron construir un avión y hacerlo volar, él también podía hacerlo.

Así que empezó a experimentar con los "huesillos" de las pencas de palma y construyó su primer aparato: una avioneta. La tiró de una torre y la vio volar "por más tiempo de lo que voló el aparato de los Wright", dijo con orgullo.

Y eso fue fiesta. Siguió tirándola toda la tarde. Era un gusto ver cómo el aparato se desplazaba "parejito" en el aire. "Se fue, vea, bien balanceado", recordó.

La alegría no se apartó del rostro de Luis Alvercio mientras narraba su historia.

De tanto planear la avioneta aquel día, ésta se estrelló. Recogió sus pedazos y la volvió a armar. "Eso fue en 1974".

Luego, en 1976, empezó a construir un aparato con balso (madera) y todos los días se iba al aeropuerto de Changuinola a ver cómo aterrizaban los aviones. "Me paraba en la pista como si yo fuera un piloto".

Se hizo de limpiabotas en el aeropuerto con el fin de estar más cerca de los aparatos. Y de vez en cuando se escapaba y quedaba metido en la cabina de los pilotos.

"Jo, aquí sí hay controles", le decía a los capitanes. (El recuerdo le arrancaba sonrisas pícaras).

Mientras hablaba, Luis Alvercio enfatizaba con movimientos sus palabras. Se tocó la cabeza y se corrió el brazo con los dedos diciendo: "Eso lo llevo en la mente y en la sangre".

Hoy día, su arte es de calidad y profesionalismo.

Después de la avioneta, construyó un avión DC3. Siempre le llamó la atención la aviación y su sueño era ser piloto.

Desde muy corta edad, viajaba mucho en avión junto a su madre, quien era comerciante. Trazaban la ruta de Puerto Armuelles a Changuinola. "Crecí con esa afición". Y el acabado de su producto habla por sí solo.

Su pequeño taller ubicado en un espacio de su residencia en Torrijos-Carter, en San Miguelito, se ha convertido en un aeropuerto: modelos de jets privados, comerciales, militares; aviones turbo prop y helicópteros cuelgan del techo en todos los tamaños.

El aparato más pequeño que ha llegado a confeccionar el artesano mide 14.5 pulgadas. El más grande es un jumbo 747-400 de siete pies.

La madera para su trabajo la adquiere en el comercio. Algunas veces la consigue en las orillas de los ríos, del cual el Chagres es una fuente buena.

Los aviones están construidos de tal manera, que algunos son una réplica exacta de uno de esos aparatos reales, a excepción de la ausencia del motor. Asientos, ventanas, hélices y hasta alfombra llegan a tener.

"Todo es a pedido del cliente", de los cuales son en su mayoría, las aerolíneas y turistas, según dijo.

El avión más barato tiene un costo de B/.15.00 y el más caro hasta ahora, es el jumbo 747-400 que vale B/.2,000.

Actualmente la competencia está dura para Luis Alvercio, ya que la producción en serie que se da en otros países, abarata el costo de los aparatos.

"Sólo que aquellos son hechos por una máquina. Tienen un mismo tamaño. Son de lata. Tal vez con un acabado más fino, pero los míos, son hechos por mí mismo", dijo. Y "Crítica" añade, 'con alma y pasión' según refleja su entusiasmo.

 

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