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Redacción | Crítica en Línea

El Municipio de Panamá tiene un convenio con la iglesia protestante Ejército de Dios, que consiste en que el personal atiende en un centro ubicado en Calzada Larga, Chilibre, a 300 indigentes anualmente y recibe una subvención de B.11 mil por mes. Sin embargo, la demora del tesorero municipal, Ventura Vega, por firmar los cheques hace que el desembolso tarde, por lo que en lo que va del año, el Municipio sólo ha pagado la subvención correspondiente a los meses de enero y febrero, aseguró Morgado.

El programa en el Ejército de Dios dura un año. Los tres primeros meses son de desintoxicación, orientación y adaptación. Los siguiente tres son de incorporación a un nuevo estilo de vida e inicio de terapia ocupacional. Los seis meses finales se desarrolla un proceso de reintegración al seno familiar, terapia ocupacional y asesoría para su reingreso a la sociedad.

Culminado el año se hace un seguimiento post internamiento.

INSOLITO
De acuerdo con las declaraciones de Hugo Morgado, en el Hospital Siquiátrico no se aceptan los indigentes que son recogidos por la Alcaldía a pesar que reciben de la institución estatal una subvención, sostuvo Morgado.

Cuando son recogidos, estas personas son enviadas al albergue Juan Ramón Poll, ubicado en El Marañón, avenida Justo Arosemena, se les asea; algunos son reclamados por sus familias, otros son enviados a Ejército de Dios y las mujeres son devueltas a las calles.

El problema de la indigencia es tal que los paramédicos tampoco quieren atenderlos ni mucho menos llevarlos a un hospital. Tal es el caso de un hombre de generales desconocidas que murió por falta de atención médica en Calle Colón, ciudad capital, el fin de semana pasado.

MALESTAR Y HUMANIDAD
Las calles y aceras citadinas se han convertido en los hogares improvisados y móviles de los llamados indigentes, calificados también como "piedreros".

Verlos cada mañana y cada anochecer tirados sobre cajas de cartón y arropados con cartuchos negros, son una realidad que causa zozobra en algunos ciudadanos y al mismo tiempo despierta compasión en otros, que intentan de aliviar la pena ajena regalándoles unos reales.

Otros por el contrario, se abstienen porque alegan que la donación sería para que ellos continúen ahondando en su desgracia.

Empero, la solución no es ni la una ni la otra, sino buscar una respuesta llena de humanidad para esas almas que un día estuvieron llenas de vida con ilusiones y crecieron dentro de un seno familiar.

Arrojarlos a las calles no les quitará el peso de encima a nadie y se convertirán en una responsabilidad del Estado y sus gobernantes que deben tomar las riendas del asunto.



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