Iba a ser un gran diálogo, el más importante de la historia, según el anuncio de los organizadores. De ahí que lo llamaran pomposamente: "Diálogo con el universo".
Se iba a celebrar en Frankfort, Alemania, y para tal ocasión acudirían dos mil personas procedentes de todo el mundo. Al principio se daría una conferencia sobre los OVNIS (Objetos Voladores No Identificados). Y al final se ofrecería una recepción a los enanitos verdes del espacio, invitados especialmente para el evento. Pero ninguno de los enanitos se presentó, y el famoso diálogo no fue más que un infructuoso monólogo.
Una de las locuras más populares en nuestra época son los OVNIS. Ninguna autoridad científica seria confirma la existencia de seres extraterrestres, ni las visitas de marcianos ni de seres de los confines del universo. Todas esas ideas, hasta ahora, no son más que conjeturas, psicosis y nerviosismo provocado por las revistas sensacionalistas. Sencillamente no hay prueba fehaciente de seres extraterrestres. Pero hay que reconocer que el lema de la conferencia de Frankfort era atrayente: "Diálogo con el universo".
Vale la pena seguir ensayando diálogos, pero que sean más prácticos y provechosos, más sensatos y útiles, más necesarios y fructíferos, más íntimos y personales.
¿Por qué no dialogar con la esposa? Una conversación amorosa, tranquila, alegre o seria, podría ser la salvación del hogar.
¿Y qué tal sostener un diálogo informal pero serio con los hijos adolescentes? Sería de gran ayuda para ellos. Los padres debemos preguntarles, sin amenazas ni regaños, qué esperan de la vida, qué desean de nosotros, qué meta o blanco les gustaría alcanzar. ¿Hemos dialogado con nuestros hijos últimamente? Y hablando de diálogos, en vez de tratar de conversar con hipotéticos hombrecitos verdes del espacio, ¿por qué no dialogamos con Dios, el ser más real, más poderoso y más amoroso que existe? Dialogar con Dios es fácil, si le damos la oportunidad de comunicarse con nosotros. Basta que hablemos con Dios el Padre, desde el fondo del corazón, en el nombre de Cristo, para iniciar el gran diálogo, el más importante de nuestra vida.