La cobardía es uno de los defectos más ruines de la personalidad humana. Por actos cobardes se pierde a veces hasta la vida, pero lo más triste de la cobardía es el hecho de obrar mal a espaldas de otros. Eso también caería en la clasificación de la traición. Y eso también mata el alma.
¿Cuántas personas no lanzan dardos venenosos a sus amigos, compañeros, vecinos y hasta familiares y luego ponen una careta de ‘yo no fui’ o salen tranquilamente con la frente en alto ocultando su revoltura cizañosa?
Esos gérmenes humanos andan por la vida buscando la primera oportunidad para criticar a su semejante escudándose en instrumentos ocultos, para "decirle" lo que piensa como si la otra parte fuera clarividente para adivinar las intenciones del primero.
Luego, esas mismas personas que se desgañitan la vida ‘vociferando’ males contra su prójimo, salen reídos a saludar a su víctima como si nada hubiera pasado. Claro, la víctima no sabe los pasos ocultos de su disque prójimo.
Esas personas se creen por otro lado, inmaculadas de todo acto amoral. Son fieles convencidos que tienen una conducta intachable. Que pueden ser espejo donde se miren los demás.
Lo triste de esas personas que abundan como la maleza molesta del jardín, es que tienen una sombra que les cubre día y noche pero que su egoísmo y ponzoña no deja que se la mire.
Lo ideal no es andar hablando mal del compañero, amigo, vecino o familiar a espaldas, sino enfrentar las cosas de cara y decir lo que piensa a quien realmente le atañe. No andar ‘leyendo’ el libro de vida ajena a quien no le interesa y no tiene porqué enterarse de los pasos que dan los demás, a menos que de verdad se interese en tenderle una mano para ayudar.
O mejor, no diga nada. Si no le gusta el estilo de vida ajeno, sus andanzas y demás, y si no está en sus manos ayudar para bien, mejor cállese y trate de verdad, de ser buen ciudadano.
No molesta el que no hace nada, sino el que entorpece. |