Es cierto que es muy difícil para los padres de familia atender como es debido a los hijos. Más cuando se vive en las afueras de las ciudades, y se tienen que atravesar distancias largas para ir y venir del trabajo.
Entonces los hijos quedan a merced de los vecinos o alguien que los cuida durante 12 o más horas. En la noche, cuando regresan los padres (o más bien la mamá, quien en la mayoría de los casos es quien más se preocupa), el cansancio mental y físico impide una dedicación total para saber qué ha pasado en el día.
Aún así, el sacrificio se impone. No podemos dejar a los muchachos a la libre de Dios, sin estarlos supervisando permanentemente. A pesar de las distancias y el tiempo que estamos fuera de casa, debemos buscar los mecanismos para hacer sentir la presencia de los papás. Que los hijos se sientan acompañados, vistos, supervisados.
No debemos responder que es "imposible" cumplir el papel de papá y de mamá. Debemos superar los obstáculos permanentes que nos impone la rutina de la vida, y acercarnos más a las criaturas, para garantizar que no se están desviando ni aprendiendo antivalores ni aprendiendo a odiarse entre hermanos.
En esa medida, cuando cumplamos el deber de padres y madres, y estemos al lado de los chicos mientras van creciendo, y nos preocupemos porque sean útiles a la sociedad y a sus futuras familias, habremos logrado la más hermosa de las metas: lanzar al mundo un ser humano bueno. |