Este Panamá nuestro está repleto de amenos y panameñísimas anécdotas. Veamos...
Rigoberto y Petronila son un matrimonio muy feliz. Siempre los invitan a fiestas porque son considerados "el alma" de cada velada a la que asisten, ya que mientras él hace reír a los invitados varones con sus chistes 'colorados', ella se vuelve un trompo bailando - respetuosamente eso sí - con cualquiera que se atreva a "sacarla", porque su marido, Rigoberto, era un hombre de armar tomar.
Pero todo ese vacilón iba acompañado de reglas muy claras que Rigoberto y Petronila cumplían al pie de la letra.
Por ejemplo, cuando ya Rigoberto se daba cuenta que "tenía suficiente", buscaba a su mujer entre el tumulto de invitados y, divisándola, le anunciaba:
-"Nila, ¡ele jota! y Petronila, sin chistar, se despedía de todos, abandonando la fiesta agarraba del brazo de su marido, ya que para ellos "ele jota" significaba, "lo juimo", una expresión muy del campo.
Una vez en un bautizo, de esos que empiezan a las 4 de la tarde con la ceremonia religiosa, y termina a las 4 de la madrugada... a eso de las dos nuestro Rigoberto decidió que ya estaba harto de guaro y, como de costumbre, gritó:
-"Nila, ¡ele jota! pero su mujer esta vez estaba más entusiasmada que nunca, bailando desde merengue hasta bachata, y Rigoberto impaciente, volvió a gritar:
-"Nila, carajo, ¡ele jota...! pero Petronila nada, a lo que ya enfurecido, el marido ruge:
-Ele Jota... Jota!
Al oír la segunda jota, la mujer llegó volando al lado de su esposo y, trémula, le preguntó:
-"¿Y esa segunda jota?
-"Lo juimo, Jeputa!
¡Au Revoir!