A cada momento en la televisión hablan de fantasmas. Yo me sonrío cuando escucho a personas jurar y perjurar que vieron uno de ellos. Se le llama de diferente manera. Pero todos asustan. Ya sea la Tulivieja, la Tepesa, una mujer desnuda que cae del cielo, o un bicho parecido al famoso "chupacabras", los fantasmas tienen sus "fans" en Panamá.
Y no faltan personas que se aprovechan de estos seres sobrenaturales.
Allí andan los mentalistas, adivinos, esotéricos e indios con poderes mágicos. Están dispuestos a cobrar sus buenos dólares para ahuyentarnos los fantasmas y lograr que seamos amados.
Me sonrío con esos cuentos de "aparecidos" especialmente en el interior del país, porque en mi vida yo he sido dos veces fantasma.
La primera y más espectacular, (que nadie sabe) sucedió cuando era un niño.
No me acuerdo qué a quién me metió la idea de convertirme en un fantasma, y aterrorizar a los chiquillos de la calle Primera Parque Lefevre.
Un día busqué un pedazo de tela negra y me hice una terrorífica capa que cubría casi todo mi cuerpo.
Para defenderme de cualquier ataque y dar más miedo, mezclé arena con pimienta. Esa sustancia la arrojaba a los ojos de los chiquillos que no huían despavoridos al ver al fantasma.
Luego de aterrorizar a varios niñas y niños mi aventura de fantasma tuvo que terminar.
Ya había padres que por la noche recorrían la calle con palos, buscando "la cosa negra" que metía miedo a sus hijos.
La otra vez que fui fantasma no era un niño sino adulto.
En realidad, fue un espectáculo para unos turistas norteamericanos que visitaban Cerro La Vieja, en Coclé.
Luego de la cena, uno de los mozos del hotel contaba espeluznantes relatos de fantasmas que juraba aparecían en la región.
Los turistas (padres e hijas) estaban fascinados... y miedosos.
Entonces me fui sin que me vieran, me cubrí con una sábana blanca y aparecí gritando. ¡Casi se mueren del susto los turistas!