La delincuencia no tiene excusa para proliferar. Así lo demuestra Julio Murillo, morador de Veracruz, Arraiján, quien a falta de un empleo, ha llevado el sustento a sus siete hijos, durante quince años, haciendo barcos bolicheros y pescadores a escala.
Al rayar el alba, Murillo se levanta para iniciar su faena bajo la sombra de un árbol de almendro, mientras la muchachada del barrio se debate en un ir y venir sin oficio beneficioso.
Las herramientas de Julio son un tuco de madera, un cuchillo tallador, sus manos y su creatividad.
Julio dijo a "Crítica" que por cada barco tallado, cobra entre 50 y 60 dólares, precio que reducido ante la galopante crisis económica que acorrala el área.