Fue una noche maravillosa, distinta, que invitó al sueño, a disfrutar, a saborear como nunca las mieles del triunfo ante Colombia.
La noche del jueves 21 de julio, el fútbol se llenó de gloria, las calles se pintaron de rojo y el corazón del hincha palpitó más que nunca.
Fue un sueño hecho realidad, fue el sacrificio de una selección expresado en la cancha por un grupo de jugadores que han creído en si mismos y han puesto a nuestro país en la orbe mundial.
Hoy más que nunca me siento orgulloso de ser panameño, de ver la expresión de la felicidad en un deporte que antes muchos denigraban en nuestro país, pero que demuestra cada día con hechos, que también nos puede brindar felicidad.
Como la de los fanáticos en las calles, quienes se embriagaron de felicidad (aparte del licor). Es que valía la pena celebrar. No todos los días se está en una final, no todos los días se le gana dos veces en un mismo torneo a Colombia. No todos los días estamos a las puertas de un título.
Por eso las copas estaban permitidas, una que otra cerveza y el grito desenfrenado de la "Marea Roja".
Las calles de Panamá expresaron en cada esquina, en cada rincón esa muestra de patriotismo, de nacionalismo, de alegría y fe.
Panamá está en la mira del mundo del fútbol. Eliminamos a los dos equipos invitados a la Copa de Oro y tenemos la oportunidad de optar por el oro.
Pero independientemente de que lo logremos o no, estos chicos ya son campeones en nuestros corazones, porque han defendido esta tierra con gallardía, coraje, y han mostrado de qué estamos hechos los panameños.
La noche del jueves el fútbol se llenó de gloria, mañana esperamos bañarnos en oro.