Todo estaba dispuesto para filmar la gran carrera. El productor del programa de televisión había alistado sus cámaras: veinte para filmar la llegada del ganador, y cuatro para filmar la llegada del último. Era la maratón de la Olimpiada de Los Ángeles, California.
Cuando llegó el primer corredor, las veinte cámaras lo tomaron desde todos los ángulos posibles. En cambio, cuando llegó el último más de una hora después, el público ya se había dispersado, y sólo estaban presentes los cuatro camarógrafos asignados. El atleta, un hombre de África, llegó a la meta casi moribundo.
Cuando le preguntaron qué lo había impulsado a hacer semejante esfuerzo, aquel corredor respondió: "Yo represento a mi rey, y mi rey me dijo: "No te exijo que seas el ganador, pero sí espero que termines la carrera."
Ese hombre, atleta de un pequeño país del África, dio un noble ejemplo. No tenía posibilidades de ganar la maratón. Otros corredores, mejor entrenados que él, quizá más fuertes, quizá hasta mejor alimentados, habrían de llevarse los primeros puestos.
Pero su rey le había dicho: "Si empiezas la carrera, debes terminarla." Y el hombre hubiera dado hasta la vida para finalizar una competencia que tenía perdida de antemano. No le importaba el primer puesto. Le importaba llegar. Aunque muriera en la meta final, él tenía que llegar.
Aquí hay una lección para la vida. El apóstol Pablo, que también era aficionado a las competencias atléticas y estaba familiarizado con los juegos griegos, dijo una vez: "Considero que mi vida carece de valor para mí mismo, con tal de que termine mi carrera" (Hechos 20:24).
Cuando el gran apóstol comenzó su carrera cristiana en el camino de Damasco, recibió la orden de Jesucristo de recorrer todo el imperio romano predicando la verdad del Evangelio, que es la única que transforma a los hombres de malos en buenos.
Y Pablo no dejó, ni un solo momento, de esforzarse en recorrer toda la carrera hasta el final. Cuando estuvo preso en Roma, y ya para ser ajusticiado, escribió sus últimas palabras: "He peleado la buena batalla, he terminado la carrera, me he mantenido en la fe" (2 Timoteo 4:7). ¡Bendito privilegio el de los verdaderos seguidores de Cristo!