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La pureza del amor y el perdón

Carlos A. Navarro Benavides | Periodista

En una ocasión, una gran luz bajó del cielo en un distante y pintoresco poblado. Esta luz, brillante a pleno día, dejó entrever su voz. Los parroquianos de todos lados y de todas las iglesias se apersonaron a la plaza en donde revoloteaba coreando la siguiente frase: "Soy el Dios de todos los que aquí viven. Mañana volveré a este mismo lugar y señalaré a la persona del corazón más puro".

Al día siguiente, desde temprano, comenzaron a llegar pastores, religiosos, párrocos, apóstoles, maridos y mujeres, niños, en fin, todos con sus mejores togas, aferrados a sus Biblias en las manos, se apostaran a esperar a Dios. En ese momento la gran fuente de luz, vestido de un blanco sin igual, bajó del cielo y mirando a todos exclamó: "El hombre del corazón más puro en este pueblo es el herrero", y en segundos desapareció.

Todos atónitos se miraron los unos a los otros y en coro dijeron: El herrero. Cómo va a ser el herrero si no va a la iglesia, bebe casi todos los días, tiene dos mujeres y no convive con ninguna.

Todos acordaron fisgonear al herrero, que se batía a martillazos blandeando un enorme pedazo de acero en su humilde taller. A la salida de su trabajo, tomó un trago de vino, acomodó sus herramientas y se dirigió a su hogar. Al llegar, ya todos lo observaban por las ventanas. Llegó y comenzó a preparar dos platos para cenar; uno de ellos lo llevó a un cuarto en donde dormitaba un anciano y de sus propias manos comenzó a darle de comer, le hizo beber una taza de té, lo acomodó en su cama, y lo dejó durmiendo.

En ese momento, todos fueron donde la vecina del herrero y le preguntaron quién era el anciano, a lo que ella respondió: Ese hombre fue el que mató al papá del herrero.

No hay mayor felicidad que la de sentirse libre al perdonar, porque todos, de una u otra forma pecamos ante Dios y luego vamos a Él pidiéndole perdón, pero para que Él perdone y expíe tus culpas tú también tienes que perdonar al que te ofende y te lastima.




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