El transportista Rolando Antón Rivera y el porteño Ludovino González, quienes fueron ejecutados en San Carlos, recibieron ayer sepultura. El primero reposa en el cementerio de Santa Marta, en Chiriquí; su compañero de infortunio descansa en el campo santo de Puerto Armuelles.
Pastores de iglesias evangélicas, en ambos actos fúnebres, fueron los encargados de dirigir los asuntos religiosos en medio del llanto y gritos desgarradores que se escuchaban de familiares cercanos de los difuntos.
Los entierros dejaron notar un ambiente de duda entre los presentes que sólo han conocido, por los medios de comunicación, sobre el desagradable hallazgo de los cuerpos y el poco avance de la investigación para conocer el móvil y los presuntos responsables.