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Jueves 6 de julio de 2000



Cuatro jinetes apocal�pticos

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Hermano Pablo
Colaborador

"Tengo miedo de ser un muchacho negro y estar creciendo en el mundo de las drogas -admiti� Marquette, joven de diecisiete a�os-. No quiero ser un Don Nadie."

Teodoro, de diecis�is a�os, manifest�: "El problema m�o es la envidia. Envidio al que tiene m�s que yo. Muchachos de mi edad ganan mucho dinero vendiendo drogas."

Antonio, tambi�n de diecis�is a�os, declar�: "Yo siento mucha culpa. Es degradante estar preso. Yo nunca pens� que ser�a la verg�enza de mi familia."

Y Mickey, de quince, a�adi�: "La codicia es una enfermedad destructiva. Nunca queda satisfecha."

Estas fueron las declaraciones de cuatro muchachos que estaban tras las rejas en una de las grandes metr�polis del mundo. �Su crimen? La venta de drogas.

He aqu� cuatro jinetes apocal�pticos modernos: el miedo, la envidia, la culpa y la codicia. Los cuatro galopan entre la juventud de esta era. El mayor tr�fico de drogas en la actualidad se realiza entre j�venes y adolescentes. Unos la venden, otros la compran, y muchos la consumen.

Estos cuatro jinetes son como tempestades que agitan el alma y la vida de nuestros j�venes y de toda la sociedad. Casi no existe una sola persona que no sea v�ctima, en una forma u otra, de esta tormenta universal. El miedo, la envidia, la culpa y la codicia imperan, imbatibles, en todos los sectores y capas sociales de todos los pa�ses del mundo.

�C�mo combatirlos? �C�mo superarlos? �C�mo librar a sus v�ctimas de su dominio opresivo y demoledor?

Lo hemos dicho una y mil veces, y lo seguiremos diciendo hasta que muramos. Y si Dios nos lo permite, quedar� constancia grabada y por escrito para, aun despu�s de partir de esta vida, seguir pregonando esta gran verdad universal: �Jesucristo cambia el coraz�n del hombre.�

La �nica soluci�n para el desbarajuste de nuestra sociedad, que ha quedado ya casi sin valores morales y espirituales, es una sujeci�n a una autoridad superior. Esa autoridad es Jesucristo, el Hijo de Dios. Cuando �l no es el Se�or de nuestra vida, no tenemos ni mapa, ni br�jula, ni tim�n ni piloto que nos conduzca por caminos de cordura y raz�n. Sin Dios estamos a la deriva.

Por el bien de nuestra propia vida, por el bien de nuestro c�nyuge y por el bien de nuestros hijos, rind�monos a Cristo. Invit�moslo a que sea el Se�or de nuestra vida. �l cambiar� nuestra depresi�n en paz y nuestra confusi�n en luz. �l quiere ser nuestro Se�or.

 

 

 

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