Los mexicanos sorprendieron la semana al mundo con una gigantesca concentración contra la delincuencia en el llamado Zócalo del centro de la ciudad.
Bajo el lema "Rescatemos a México" se hicieron sentir las voces de las decenas de miles de ciudadanos que no soportan más los actos delictivos y la inseguridad que atenta contra la vida y la integridad de todos los habitantes del país. Es un notable ejemplo, digno de ser imitado por las organizaciones de nuestra sociedad civil, ya que en Panamá existe un problema que ya alcanza niveles alarmantes en materia de seguridad.
Lo interesante es que al ser entrevistados los mexicanos por los medios de comunicación, denunciaban algún acto que han quedado en una total impunidad.
México, al igual que Colombia, Argentina y Brasil, tiene los mayores índices de secuestros y entre los cuatro superan los diez mil por año, tal como revelan las cifras del 2003.
Colombia hace un tiempo hizo una monstruosa manifestación contra el otro flagelo de violencia, el terrorismo. Hay países como Guatemala y Perú donde las comunidades han tomado venganza linchando a quienes se apoderan de lo ajeno. Mientras en Panamá hace unos días mujeres se lanzaron a las calles aterrorizadas ante la desaparición de damas que, posteriormente, han aparecido muertas.
Frente a esta ola de asesinatos y delitos en América Latina se comienza a pensar en otras fórmulas para combatir a los hampones, porque todos saben que con un sistema legal propicio y con hábiles defensores, muy rápido saldrán de las cárceles y se libraran de las penas que se merecen sus delitos.
Es más del listado a diario de muertes extrañas, dos casos han sobresalido, el de una mujer estadounidense y una panameña, que fueron brutalmente eliminadas por personas con las que tenían lazos personales.
Los asesinos no tuvieron la más mínima compasión con sus víctimas. Los cuerpos inertes fueron lanzados a tupidos matorrales en áreas distantes, sin escrúpulo ni remordimientos y con la mayor frialdad se apropiaron hasta de sus pertenencias más personales.
Estos individuos desnaturalizados y perversos se creen por encima de la ley de los hombres y de Dios. Para ellos, el castigo debe ser buscado en antiguos códigos y nos llegan a la mente Hammurabi y la Biblia, donde se sentencia que quien "a hierro mata, a hierro muere".
Por todo eso, no es extraño que grandes sectores de la población clamen por la imposición de la pena capital para darle a estos violentos actos un castigo ejemplar.