Durante toda la noche, el bebé de quince meses estuvo en el regazo de su madre. Ella lo mecía de vez en cuando, le daba palmaditas en las mejillas y lo arrullaba con canciones de cuna. A ratos el bebé dormitaba, y a ratos se despertaba. Los dos, madre e hijo, estaban dentro de un auto.
No es que el bebé estuviera enfermo, o que fuera un niño malcriado. Él con gusto habría estado durmiendo en su cunita. Pero la mamá tenía contra la garganta de la criatura un filoso cuchillo de monte de 16 centímetros de largo.
Tras catorce horas de suspenso, la policia logró sacar a la mujer del vehículo y rescatar sano y salvo al bebé. El comentario de los oficiales fue: "Es la cosa más incongruente que hemos visto."
Por incongruencia entendemos incoherencia, rareza, falta de armonía, hacer totalmente lo opuesto a lo que es debido. No es extraño que una madre le cante, arrulle, mime y acaricie a su hijo. Pero que le ponga un cuchillo en la garganta amenazando con matarlo mientras lo arrulla, es algo ilógico.
¿Por qué ocurren estas incongruencias en la vida? Suceden a raíz de otras que se han producido con anterioridad, tales como las influencias negativas que se reciben en la niñez, las continuas peleas entre cónyuges, la falta de verdadera fe y confianza en Dios. No es por gusto o diversión, ni es por juego o capricho, que una madre joven mantiene durante catorce horas un cuchillo contra el cuello de su hijito. Más bien, puede ser a causa de incongruencias acumuladas durante toda su vida.
La armonía y la serenidad son muy necesarias para poder vivir, así como una conciencia tranquila, un corazón compasivo, un alma limpia y un espíritu alegre. Todo esto es congruente con la voluntad de Dios para nosotros. Sólo Jesucristo, el Señor viviente, puede darnos armonía en el alma y paz en el corazón. Sólo Él puede recomponer nuestro interior deshecho por las violencias de la vida. Sólo Él puede regenerarnos y darnos una vida estable, congruente con todos, con nosotros mismos, y lo más importante, con Dios, nuestro Creador.