La prostitución destruye vidas

Antonio Pérez M.
Crítica en Línea
Entre el humo insoportable del cigarrillo y el perfume barato de mujer, estaba ella... sentada detrás de una barra, sosteniendo en su mano derecha un trago de licor de un color oscuro. Su rostro pesado por la cantidad de maquillaje, como tratando de esconder las arrugas y las ojeras, que son huellas palpables de la vida que ha llevado. Su cuerpo obeso es su peor desgracia, porque para la única profesión que ha desempeñado en su vida, es casi imposible conseguir cliente. Es por ello que ya no es alternadora, y se ha convertido en una alcohólica, quien con una sonrisa trata de ganarse la buena fe de los hombres visitantes del bar para que le regalen un trago. Está inmersa en una depresión que la ha llevado a intentar quitarse la vida en varias ocasiones. Sus hijos ni siquiera la conocen porque su profesión la obligó a regalarlos. Eso fue lo primero que dijo en una entrevista que aceptó conceder para hacer este relato. Su nombre fue algo de poca importancia mencionarlo en nuestro escrito, pero se presentó con el apodo de “La Fula”. Se hizo alternadora desde que tenía 14 años, su madre la obligaba a vender billetes clandestinos en los bares cercanos a su casa. “Tenía un cuerpo escultural, y no aparentaba ser menor de edad, y cuando me veían llegar los tomadores del bar quedaban con la boca abierta y me hacían mil y una propuestas para tener una noche de placer conmigo”, dijo “La Fula”. Ella nos dijo que se sentía incómoda porque a su corta edad era muy traumático que un hombre que podía ser su padre, le hiciera propuestas indecentes. Todo esto se lo contó a su madre y ésta le aconsejó que lo hiciera porque la vida estaba dura y de alguna forma tenía que ayudar para llevar el sustento a la casa. Nos dijo que su madre le presentó a un hombre que le triplicaba su edad con quien tuvo que tener relaciones y hacerse su novia a la fuerza. “Me compraba ropa de moda, y le daba dinero a mi madre cada semana, pero después de un año todo esto terminó y me dijo que tenía que ganarme la vida por mi misma y pagarle lo que me había dado”, destacó. Así fue que empezó el proceso de destrucción de su vida, vendiendo su cuerpo por dinero y manteniendo a este hombre, que según ella, ya no vale la pena mencionarlo porque está cinco metros bajo tierra. Este relato muestra la radiografía de una vida destruida por la prostitución, pero también resalta que detrás de esas mujeres de la noche, hay manos criminales. Esas manos criminales en la mayoría de los casos no pagan por sus delitos, y cuando son detenidos las penas que reciben son muy blandas y pueden salir libres al poco tiempo para seguir destruyendo más vidas. El Código Penal describe estos delincuentes como proxenetas, y los mismos reciben una pena de un año de prisión, cuando se trata de llevar a la prostitución a mayores de edad. En caso de menores la sanción es de tres años, y en caso agravante, de cinco años de cárcel cuando se trata de niñas menores de 12 años y niños menores de 14. Para el fiscal Primero Superior, Juan Antonio Tejada, estas sanciones son muy leves, porque no justifican el daño que estas personas le hacen a estos hombres y mujeres que inducen a la prostitución. “No soy especialista en estos delitos, pero trabajo en un ministerio donde se imparte justicia, por lo tanto siento que a veces estamos amarrados con un Código Penal que da sanciones muy leves”, destacó el fiscal. Por su parte, Carmen Dona Aven, asesora del Ministerio de la Familia, considera que las penas no están bien fundamentadas porque el incremento de las mismas se expresan para menores de 12 años, sin embargo casi el 95% de las adolescentes que están en la prostitución oscilan entre las edades de 13 a 18 años. “Cuando una persona está llevando a una joven al camino de la prostitución está destruyendo la vida de esa persona, porque está acabando con lo más importante: sus valores”, destacó el funcionario. Indicó que una jovencita ya sea menor o mayor de 12 años al ser llevada al camino de la prostitución a la larga termina en las drogas, y tanta es la pérdida de su autoestima que deja de sentirse como ser humano, tomando en muchas ocasiones el camino del suicidio. Pero el camino de las drogas y el suicidio no es lo único que le espera a estas chicas, hay unas que prefieren buscar otro camino, convertirse en delincuentes y hasta homicidas, como un reflejo del odio profundo que le tienen a los hombres. “En todo ese camino de mujeres, peleando derechos, aprendimos a hacer las cosas doblemente bien, para poder que los varones nos aceptaran que estamos haciendo algo, y qué pasa con esto, que hasta para ser delincuentes son mejores que los hombres”, dijo Dona Aven. Y es que estas mujeres delincuentes que se hacen en la prostitución se convierten en las denominadas “dormilonas”, y muchas de estas bandas están conformadas por menores de edad. Así indagando conocimos a una de estas pequeñas criaturas, delgada, cabello largo negro, como de un 1.50 metro de estatura y un tatuaje de una rosa roja en uno de sus hombros. Fue un duro trabajo para lograr que aceptara conversar con nosotros, pero más fuerte nuestro poder de convencimiento, que su mirada intimidatoria. Nos confesó que en su organización trabaja con hombres, porque son quienes hacen el trabajo pesado. Estas jovencitas que se hacen pasar por prostitutas, cuando atrapan a un cliente, los duermen en un cuarto de ocasión y les quitan todas sus pertenencias. “Nos hemos encontrado en situaciones en donde el cliente vive solo y nos llevan a sus casas, es allí donde solicitamos la ayuda de estos hombres maleantes, para dejarlos [a las víctimas] sin dinero y sin muebles”, agregó. Pero nuestra entrevistada es consciente que el camino de esta vida que ellas llevan es la cárcel, y en ocasiones la muerte. Todas estas historias y reflexiones es la muestra de un problema social que no es de ahora sino desde hace muchas décadas atrás, pero cada vez se hace más grave y no hay quién lo pare. Para Carmen Dona Aven, la responsabilidad no es sólo de las autoridades, porque debe haber mucha colaboración de la sociedad civil, es decir de los padres de estas jovencitas, quienes en su mayoría son los primeros en inducir a estas criaturas -en ocasiones sin querer- a este oscuro mundo.
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