Me puse el mejor vestido para impresionar y con la cabeza llena de ilusiones marché a un elegante hotel, donde una empresa me había "seleccionado" para una oferta que no se podía resistir: me darían "gratis" unos días de permanencia en un cómodo hotel de un conocido centro de veraneo mexicano.
Aunque unos familiares me advirtieron que dudaban de tanta "belleza", yo pensaba que se trataba de un agresivo mercadeo. Por lo tanto, el dinero de mi estadía "gratis" en el resort saldría de las cuentas de promoción.
Un jovencito lleno de entusiasmo dio la bienvenida a un grupo de gente bien trajeada y nos instalamos en mesitas. Allí llegaron unas bonitas jovencitas con abultados portafolios... para hacernos comprar un sistema de vacaciones compartidas.
En ningún momento me dijeron que había quedado sin efecto mi oferta de hotel "gratis"; pero era tanta la insistencia en que firmara el proyecto y sus diferentes opiniones, que comprendí que una cosa venía ligada con la otra.
También me puse a sacar matemáticas: tendría que pagar el viaje, la comida, los tragos si los deseaba, y cualquier otro gasto en el hotel "gratis". Eso significaba sus buenos dólares. Así que lo "gratis" era un gancho publicitario para llevar gente a... un lugar nuevo, alejado del conocido centro de vacaciones mexicano.
No acepté la costosa bebida que me ofrecieron y me fui lo más rápido que pude. Entonces en el ascensor recordé las palabras de mi padre que había olvidado: "no hay nada gratis en la vida; no te dejes engañar que nadie da nada gratis. Siempre habrá que pagar algo por lo que te den...".
Esas palabras me las dijo mi padre hace muchos años, cuando era un entusiasta adolescente, y creía algunas ofertas de cosas "gratis". En esa época salió un anuncio publicitario, donde una desconfiada anciana repetía ante una buena oferta: "¿dónde está la trampita?".
Tal frase se unió al arsenal de decires que tenía mi padre. Por muchos años (incluso ahora, luego que él tiene diecisiete años de fallecido) he repetido tal frase, como símbolo de incredulidad ante ofertas fabulosas, promociones nunca vistas y otros atractivos publicitarios.
Estas experiencias de la vida, que se han repetido muchas veces, hacen que en mis clases de sociología de la comunicación diga a los novatos alumnos que "no hay nada gratis en la vida. Incluso el respirar nos cuesta. Así que si quieren ganarse una buena nota, tendrán que estudiar mucho, y no andar tratando de buscar fórmulas raras para lograrlo, lo que no tiene efecto conmigo".
Sí, estimado lector: tenga mucho cuidado cuando le dicen que algo es "gratis", porque lógicamente nadie puede sobrevivir este mundo tan difícil regalando cosas. Siempre habrá una intención oculta de lograr algo de usted. |