Con facilidad pasmosa los adultos culpamos a los muchachos panameños de todos los males de hoy. Los criticamos por sus bailes, su música, su manera de vestir, su manera de ver la vida, y por sus costumbres, que llamamos injustamente extrañas o sin valor.
Pero no tomamos en cuenta que somos los adultos quienes hemos sembrado esa forma de ser en los muchachos. Ellos no adoptaron esas formas de ser por generación espontánea. La aprendieron, y fue a través del ejemplo y los valores que le transmitimos los adultos que adquirieron eso que se llama uso social. Además, somos los adultos los dueños de las discotecas, las emisoras de radio, las televisoras y los periódicos, donde se transmiten los mensajes que les hablan a ellos de cómo vestir y cómo comportarse.
Somos los adultos los que vendemos las ropas que se ponen; les vendemos la droga; les vendemos el licor y los cigarrillos; les vendemos la entrada para esos lugares de diversión donde abunda el mal camino y la perdición.
Los muchachos no son victimarios; todo lo contrario: son víctimas de adultos que les venden imágenes y valores destructivos. Y nosotros los adultos lo hacemos únicamente para ganar dinero con eso. No nos importan las consecuencias para el país y las familias panameñas: solo importa la plata. |