La sociedad panameña se descompone de manera acelerada. Sus bases se resquebrajan y corremos el riesgo de actuar demasiado tarde para impedir su destrucción. Son múltiples los elementos que evidencian esta decadencia de la civilidad y de la convivencia pacífica. Uno de los más notorios es asumir la violencia como primera opción.
Cuando el primer recurso es la ira y la agresión verbal o física, cuando no se motiva la reflexión ni el diálogo, se está ante la presencia de la desaparición de valores como la solidaridad, la empatía, la compasión y el humanismo y nos introducimos en un laberinto de donde muy pocas posibilidades tenemos de salir ilesos.
El reciente asesinato de una maestra en la provincia de Veraguas a manos del acudiente de una de sus estudiantes, es una demostración flagrante de la barbarie en la cual nos encontramos sumergidos.
Un arrebato de cólera ha destruido no solo la vida de una joven profesional del magisterio, sino también toda la posibilidad de desarrollarse como ser humano. Mató este troglodita a toda una generación de panameños que pudieron rescatar de las tinieblas a esta patria que se ahoga en violencia.
Terrible es que la primera opción de los panameños sea la agresión, el insulto, el golpe y el atentado con armas. Demuestra la decadencia del espíritu, la dislocación de las virtudes que antaño eran verdaderas joyas en un camino erizado de espinas.
Son tantas las noticias sobre asesinatos y crímenes de todo tipo, que ya se corre el riesgo de que estas conductas sean la constante y no la excepción. La matriz de esta degeneración psicológica y cívica ha de ser la desintegración del núcleo familiar, pero también de la lenidad de los códigos y la corrupción del sistema.
Asesinar a una persona es una forma de declararse impedido intelectualmente para encontrar otra solución a los conflictos; es una manera de patentizar la estupidez, de gratificar la irracionalidad y de glorificar el espíritu de desintegración.
Existen individuos cuya epidermis es tan patológicamente sensible que no resisten un roce descuidado o una mirada accidental sin que su ánimo se encrespe y surja el ímpetu demencial del arrebato para cobrar semejante atrevimiento.
El razonamiento no es materia exclusiva de los filósofos ni de los intelectuales, el pueblo llano debe entregarse a sus virtudes para superar los escollos que aparezcan en el decurso de una relación o de un encuentro fortuito no muy agradable.
Asesinar a una joven mujer que ejercía con sacrificio, echando mano de una excusa banal y torpe, no solo merece la censura de toda la población, sino la condena más contundente por parte de los tribunales.
Los maestros y educadores tienen muchas responsabilidades, entre ellas la educación y formación de nuestros hijos que no siempre llevan en su equipaje buenas costumbres o hábitos. Agredirles es seña de que buscamos la manera de desahogar los fracasos y de culpar a otros de la responsabilidad propia.