El motor del helicóptero arrancó, sus hélices comenzaron a girar, y el aparato se remontó lentamente. Con un cable de acero, la nave levantó un piano a una altura de cien metros. Unas cuantas personas miraban impasibles la escena. En cierto momento ya previsto, el piloto soltó el cable, y el piano se precipitó a tierra.
Al chocar con tierra firme, el instrumento dio una nota extraña. Una nota, mezcla de ruido de maderas que se quiebran golpeando unas contra otras y de cuerdas disonantes que son pulsadas con terrible fuerza.
¿Qué era todo esto? Era el réquiem que un grupo de personas en Sonoma, California, hacían a su amigo, J.C. Young, quien había dado muchos conciertos en ese mismo piano. Young, de cuarenta y cuatro años de edad, había muerto en un accidente de tránsito, y sus amigos quisieron despedirlo de esa forma.
He aquí un réquiem que no se parece al de Mozart. El piano, al caer desde cien metros de altura, había hecho un ruido atroz, mezcla del estallido de maderas antiguas que se despedazan y de sonidos discordantes que vibran por última vez.
La palabra latina réquiem significa «descanso». Es la melodía lúgubre y sombría que suele cantarse o tocarse en la última liturgia que se le hace al difunto. Grandes compositores han escrito música para réquiems, siendo uno de los más famosos el de Amadeo Mozart.
Sin embargo, el descanso eterno de la persona que pasa de esta vida a la otra no lo puede dar ningún acto religioso místico que se haga para el difunto. Tampoco puede dar ese descanso ninguna música, por más exquisita y sentida que sea, compuesta por el compositor más renombrado. Y mucho menos podrá darlo un piano que cae desde cien metros de altura y hace un ruido disonante y escandaloso.
Gracias a Dios, hay descanso eterno de las fatigas de esta vida, de las pasiones, de las penas e incluso de la vida misma. Ese descanso está en Jesucristo. Lo obtenemos al echar sobre Cristo la carga de nuestras culpas. Es que sólo Cristo bajó del cielo y murió en una cruz para pagar la deuda de nuestro pecado. Sólo Él resucitó triunfante del sepulcro y ascendió al cielo para hacernos la invitación de ir al cielo.