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Eterno prestigio, estima y honor

Hermano Pablo | Reverendo

Corría el año de 1852. El presidente de Costa Rica, Juan Rafael Mora Porras, acordó recibir en una audiencia especial en San José a representantes del cuerpo diplomático de la Gran Bretaña y de los Estados Unidos, así que encargó a su hermano, el general José Joaquín Mora, que organizara los actos protocolarios. Pero como no se había compuesto aún el himno costarricense, el general Mora llamó a Manuel María Gutiérrez Flores, quien tres meses antes había sido nombrado Director General de Bandas, y le ordenó que compusiera el Himno Nacional. Al joven le tocó componer el himno en días, inspirado por la musa del deber patriótico. Fue así como al mediodía del 11 de junio se oyeron por primera vez las bellas notas del Himno Nacional de Costa Rica.

La letra que aquella música acompañaría habría de escribirse y descartarse tres veces antes del concurso convocado en 1903 por el presidente Ascensión Esquivel Ibarra, a fin de reemplazarla por una más adecuada. El concurso, al que se le adjudicaron 500 colones como premio, lo ganó el joven poeta José María Zeledón Brenes con el seudónimo de Labrador. Con ligeras modificaciones, su composición, declarada letra oficial del himno el 10 de junio de 1949 por la Junta de Gobierno de José María Figueres Ferrer, es la que se canta actualmente, como sigue:

Noble patria, tu hermosa bandera
expresión de tu vida nos da;
bajo el límpido azul de tu cielo,
blanca y pura descansa la paz.
En la lucha tenaz de fecunda labor
que enrojece del hombre la faz,
conquistaron tus hijos, labriegos sencillos,
/eterno prestigio, estima y honor.//
¡Salve, oh tierra gentil!
¡Salve, oh madre de amor!
Cuando alguno pretenda tu gloria manchar,
verás a tu pueblo, valiente y viril,
la tosca herramienta en arma trocar...

Quiera Dios que, así como lo que más motivó al poeta José María Zeledón a componer esa letra de su Himno Nacional fue su convicción de que las letras previas no vertían las «auténticas modalidades del alma nacional costarricense», también nosotros nos convenzamos de que las letras anteriores del himno individual de nuestra vida no reflejaban la auténtica gloria del Señor nuestro Creador por no haber sido transformados a su semejanza, y que esa convicción nos motive a componer una nueva letra interior que redunde en prestigio, estima y honor.



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