A veces, salirse por la tangente es algo bueno.
¿O es que acaso tenemos que hacer caso a todo lo que la gente nos dice? Nosotros somos lo que queremos ser. Todos podemos tener sueños, metas y objetivos. ¿Cómo te ves en cinco años, o en diez? ¿Te has trazado algún objetivo a mediano o largo plazo? ¿Estás haciendo planes de estudiar una carrera con futuro, tener una buena casa, buen auto, 20 hijos, tal vez mudarte a otro país, o dedicarte a una actividad diferente a lo que todo el mundo está acostumbrado?
Podrías ser misionero y viajar a muchos países a ayudar a la gente. De repente querrás ser astronauta. Quien sabe, quizás lo tuyo es ser científico y pasártela metido en la selva tropical, buscando nuevas especies. ¿Actor?, ¿cantante? ¿Jugador profesional de fútbol? Eso perfectamente también podría ser.
¿Sabes qué? Tienes el derecho de ahelar lo que sea, y de luchar por ello, siempre y cuando sea algo productivo en lo que no hagas daño a prójimo. También tienes derecho a cometer errores y rectificar.
Por ello es esencial que te hagas de oídos sordos a las voces negativas que como por arte de magia surgen cuando los sueños y metas comienzan a dirigir tu existencia.
Lo peor es que los "consejos" vienen de gente que está más pisada que tú. No solo están en la lama, sino que se han resignado a ello. Encima de eso, quieren que tú los acompañes.
Gran parte de la mediocridad que nos rodea está motivada en la negatividad del entorno. Un niño llega a este mundo lleno de ilusiones, alegría, entusiasmo y curiosidad. Lentamente, quienes lo rodean comienzan a repetirle no, no, no y no mil veces. Que si eso no se puede hacer, que si no toques lo otro. Es poco lo que se les estimula sobre lo que sí pueden y deberían hacer.
Cuando entran a la universidad, todo tiene que ser abogado, médico, ingeniero, arquitecto, administrador o economista. Fuera de eso, desde tus papás hasta el perro te ponen mil peros sobre lo que quieras estudiar.
Pareciera que pensar diferente a los demás fuera un pecado, cuya penitencia es el rechazo, el ridículo y el reproche constante.
Poco a poco, nos meten forzadamente en la fila; nos vuelven parte del rebaño, esa montonera de gente que no se diferencia en nada una de otra, y tiene miedo tan siquiera de dar un paso separados del grupo.
Nosotros no tenemos que ser así. El mundo necesita gente más valiente, que se atreva a ser diferente, a hacer las cosas por pasión y no por pura conveniencia y mantenerse en su zona de confort.
Hay que destacarse o morir en el intento.