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  OPINION


Las mujeres son sordas

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Eduardo Soto P.
Crítica en Línea

En este tema soy perito. Gracias a Dios tengo madre [linda, con una voluntad de acero inoxidable y una risa bulliciosa]; esposa [de raíces de granito y solemne terquedad]; dos hijas [en realidad son dos tiranas bellacas y de azúcar, que hacen de mí lo que quieren]; hermanas [una que siempre dice ser "mi lado oscuro", y tres más que ya pasaron de los cincuenta]; cientos de primas, sobrinas [es una muchachada batahólica]; y amigas de todos los calibres y tonalidades, que tienen sembradas en mis emociones las cruces y rosales propios de cualquier Campo Santo. De todas ellas puedo confirmar lo mismo: son sordas.

Y es porque la mujer proviene de una estirpe estatuaria [recuerden a la mujer de Lot]: Son frías o calientes, dependiendo del entorno; son capaces de permanecer en el mismo lugar por años, aunque el mundo se les esté cayendo alrededor; no hablan ["son un océano profundo de secretos", dijo la viejita en la película Titanic]; algunos dicen que tienen corazón de piedra, pero yo no lo creo... y son sordas.

Creo que Eva no infringió la orden divina por necedad, sino por sordera: eso de no comer del árbol que estaba en el centro del Jardín le entró por un oído y le salió por otro. O tal vez la advertencia de Dios entró en su conducto auditivo, pero se quedó trabada en la membrana timpánica, o en algún lugar periférico de su trompa de Eustaquio; simplemente no la oyó... era sorda.

El caso de Adán fue diferente; ese no fue otra cosa que un tonto enamorado.

La sinuosa historia de la humanidad está llena de casos parecidos: Dalila, Cleopatra, Juana de Arco, María Antonieta, Manuelita Sáenz, Sara Sotillo, Evita, Margareth Thatcher, Violeta de Chamorro... todas ostentan la misma condición: una incurable y rotunda sordera.

Por eso hicieron lo que les dio la gana, cambiando el mundo conocido. Desajustaron las tuercas de la historia, volvieron a ponerlas en su lugar [pero a su modo muy particular], y pusieron a rodar loma abajo la rueda de los acontecimientos que las convirtieron en personajes inolvidables.

Pero puedo decir que no oían. Les decían que para la izquierda, y giraban a la derecha; les advertían que no se pusieran tal o cual vestido, y se lo ponían porque sí; les sugerían que no era buena idea esa de abrir la caja de Pandora y ¡zas! la puerta abierta.

Me dice el caricaturista Louis Taylor que las mujeres nacen un cromosoma especial y único en ellas: el de llevar la contraria... es decir, la sordera.

 

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