Era un jovencito sencillo y de buen carácter. Años después de su trágica muerte, sus familiares se hacían preguntas. Una de ellas era, ¿qué habría sido de adulto? Pudo haberse convertido en un profesional de éxito. O desempeñar un oficio con honestidad y eficiencia.
El dolor de su familia no puede ser imaginado por quienes no lo sufrieron.
Ese jovencito de quince años perdió la vida en la segunda quincena de mayo, del año cincuenta y ocho.
Fue un institutor que como centenares de sus compañeros salió a la calle, siguiendo a sus dirigentes. Pedían "más escuelas y menos cuarteles" y mejoras para el Instituto Nacional.
La respuesta fue bala para esos muchachos idealistas. Según me contó hace un año su hermana Edith, Rolando Alberto Jiménez Rodríguez tenía ese día un aguacate en la mano.
Por calle "J" había "un cerro" de personas, según el relato. La Policía disparó y una bala truncó la vida y sueños del jovencito "aguilucho". Su familia nunca ha podido recuperarse de esta pérdida.
Rolando Alberto ha sido uno de los mártires del movimiento estudiantil. La patria ha debido hacer un monumento a los estudiantes que han dado su vida por un ideal.
En esa época Panamá era gobernada por don Ernesto de la Guardia (Ernestito). Nunca el gobierno hizo lo suficiente para saber y castigar a los que atacaron bárbaramente a los estudiantes.
Consiguió el movimiento que se rotaran los jefes de la Policía, para que no se convirtieran en mandamases de sus provincias.
Por lo general el panameño no tiene una memoria histórica desarrollada. Prefiere olvidar las ofensas y gestos heroicos.
A lo mejor eso se deba a que como país pequeño, muchos nos conocemos. Además, nosotros no somos personas que odiemos por mucho tiempo.
Yo tuve participación en los hechos de mayo del cincuenta y ocho. Dios no quiso que fuera un mártir. Sin embargo, me inclino con reverencia ante los que dieron su vida por un ideal.
Por eso todos los años recuerdo lo ocurrido, aunque a más de uno le moleste.