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Un monitor de llanto salvavidas

Hermano Pablo | Reverendo

Ambos son completamente sordos. Viven en un mundo de formas, luces y colores nada más, porque nada oyen. Ni siquiera oirían el estallido de una bomba. Tyrone Wilkins, de veintitrés años de edad, y su esposa Kimberly, de dieciocho, tenían un bebé de diez meses.

Los Wilkins tenían instalado en el dormitorio del bebé un aparato llamado "Monitor de llanto". Si el bebé lloraba, su llanto activaba una señal electrónica que encendía luces muy fuertes en el dormitorio de los padres, lo cual los despertaba.

Una noche el bebé comenzó a llorar. El llanto del bebé activó el monitor y despertó a los padres. Esa misma noche había estallado un incendio en el edificio. El monitor fue la alarma que los salvó a todos de una muerte segura.

La industria moderna produce una gran variedad de monitores y detectores. Hay detectores de humo que hacen sonar una alarma tan pronto como hay humo en la casa. Hay alarmas para los autos que advierten la presencia de cualquier intruso. En los aeropuertos hay monitores electrónicos que detectan metales. Y bancos y edificios públicos están protegidos por complicados sistemas de alarma.

Lo cierto es que hay señales por todos lados para advertirnos de peligros. Hay señales de tornados, señales de incendios de bosques, señales de huracanes. Y aun nuestro cuerpo nos envía señales cuando algún órgano anda mal, tales como los mareos, los ahogos, las palpitaciones, los retorcijones de estómago y otras advertencias físicas.

Dios ha puesto también en la dimensión moral y espiritual de nuestro ser un sistema de alarmas. Hay dos modos que Él emplea para indicarnos que nuestras decisiones no son acertadas. Uno es mediante nuestra conciencia, esa voz interior que causa que juzguemos y evaluemos nuestras acciones. El otro es mediante la ley inflexible de la cosecha: "Cada uno cosecha lo que siembra" (Gálatas 6: 7).

Ninguno de nosotros, cuando estemos ante el Juez divino, podrá decir que violó sus mandamientos por ignorancia. La alarma de Dios es fúlgida, precisa y clara. Todos sabemos el momento preciso en que hacemos caso omiso de ella. Nuestro único recurso es presentarnos, ahora en vida, ante Dios como pecadores que somos, suplicarle perdón y someternos a su señorío. Dios nos perdonará y nos restituirá a la posición de hijos. Hagámoslo hoy mismo.



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