La noche empieza a caer. Aquella niña santeña está feliz. Sus héroes son campeones a punta de esfuerzo, porque la noche del jueves, en Aguadulce, un "brujo" eclipsó la luna y los bates metropolitanos una vez más miran el horizonte en blanco.
Se despidió un gran torneo, con altas y bajas, con un arbitraje poco menos que regular, una división de grupos dispareja y un resurgir de Metro en la final.
Hoy el pueblo santeño, ese mar de gente que cada año celebra el carnaval más famoso de Panamá, que defiende a capa y espada el folklore autóctono, revive de emoción y alegría, porque su equipo de pelota ha demostrado dominio consecutivo y ha revalidado un título en buena lid.
Es cierto que ya la pelota panameña no es aficionada y que cada provincia tiene sus refuerzos bien pagos, con una taquilla anual de decenas de miles de dólares, controlada por un acuerdo entre una empresa privada mediática y la federación pelotera, pero a pesar de ello, el béisbol criollo sigue sosteniendo el gusto en esa tradición regionalista que ha mantenido vivo al deporte de los panameños.
La televisión ha garantizado el éxito del mercadeo deportivo, sin embargo, es el fanático la sangre de este deporte y los peloteros el oxígeno que le da vida al diamante.
La fiesta santeña será grande, ya las otras provincias sueñan con prepararse para poder evitar el tricampeonato, pero para ello cada uno debe trabajar extra, porque la marea naranja ahoga a los rivales. Los Santos es campeón, el triunfo es de una provincia organizada y bien afilada, que a la hora de defender lo suyo pone hasta su sangre. A ellos, nuestras felicitaciones y que viva el campeón.