El progreso es el termómetro civilizador, cuya columna varía en ascendencia o en declinación, respondiendo al interés y al empuje que les destinen, en atención a la voluntad de quienes han resultado elegidos para conducir en el quinquenio la suerte de la República. Este nervio motor de elementos concurrentes, determina el paso del atraso al adelanto, de los cautivos y acariciados modales arcaicos a los contemporáneos y libertinos rasgos civilizadores que tocan el timbrazo de los ardores tecnológicos, acogiendo los brillantes destellos de actualidad en traducción de comodidades de las que gozan los habitantes de las bulliciosas metrópolis.
Desplegar esa motivación con el primario propósito de llevar dicho vehículo emprendedor que arrasaría implantando la novedad de las alejadas áreas rurales, aún no se ha hecho presente en las tierras del silencio y el verdor eterno, casi semejantes a las que recibieron la separación sin inmutarse un 3 de noviembre de 1903. A ellos no les ha llegado nada después de una centuria de la holganza delicada del impresionante Producto Interno Bruto Nacional, en desperdicio del tiempo y de lo que jamás están dispuestos a otorgarles. Los perdurables silenciosos, hermanos inseparables del mutismo, anuentes a recibir el desprecio de todas las generaciones en cadenas sucesivas. No es posible que aún continúen cumpliendo la regla general absurda obedeciendo a las asoladoras conductas que deprimen y agobian, tan sólo porque la educación accesible ha adolecido de todos los castigos. La discriminación continúa ocasionando las estremecedoras debacles, donde la única puerta de salida es el dolor que se torna inconfesable por las crueldades y estragos que ocasiona.
Una buena ley motivadora para estas zonas, estribaría en la creación de fuentes de trabajos estables, para esa gente que vive en el oscuro fondo de las necesidades. Examinar con mucho cuidado la posibilidad de crear industrias vendría ha sellar el hueco fabricado por las envilecedoras cuitas y desastres. A todo, es de reclamación, la puesta en marcha de un pensamiento impregnado de justicia y humanidad que en carrera calculada y con exactitud en su justo tiempo, responda sin titubeos a los ajustes que respeten la idiosincrasia de estos conjuntos sociales que también son panameños.