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COMENTARIO
  OPINIÓN


Herencia ancestral

Fermín Agudo | Colaborador

Es muy complejo para el hombre actual, precisamente por haber acontecido hace muchos siglos atrás, comprender con rigurosa exactitud, los sucesos que les han aportado vigencia al mundo católico hasta nuestros días, afincados en la fe religiosa inquebrantable. El pecado cometido en el Edén hizo al hombre trasgresor por excelencia, y, como maldición en consecuencias, tener que trabajar sin descanso para poder comer el pan diario; la mujer, parir los hijos con dolor y la serpiente arrastrarse secularmente alimentándose de tierra, pisoteada su cabeza por aquella a quien había inducido al engaño. Para el mundo católico este fue el primer hecho extraordinario que le propinó un corte transversal a la vida del hombre, donde el suplicio ocupaba un lugar preferencial en el cursar de su existencia cotidiana. Comida la fruta, invadido y envilecido en el imperio de la vergüenza, abierto el compás de la envidia y de la malicia, corrieron ha cubrirse sus traseros con hojas de higueras, justificando así el error cometido. Endiosada la maldad sobre la tierra, la traición se coronó soberana de la zalamería y las ovejas y corderos descarriados continúan aferrándose en busca del camino de la prudencia muy lejano de encontrar. Pero alguien tenía históricamente el pago de esta injusta cuota, el plebeyo ajusticiado y mortificado que murió en el sagrado madero. Resumiendo en su cuerpo lacerado los pecados del hombre, nos dejó como castigo el recibo de todas las ingratitudes, tras el paso pesaroso de los siglos, seguidos de cruentas tormentas en sublevación. Por ese desdichado desatino lo hemos perdido todo y el delito, obra como tributo por pagar con urgencia notoria. Satanás se desplaza airoso diligentemente con sus huestes en avanzada confirmando sus tretas sin contratiempos. La amistad se ha perdido, también la responsabilidad, y ha triunfado el rencor, tachando la majestad de la dignidad e inmolando el decoro, emplazado su dominio de amargura, donde ya no nos queda nada por ofrecer. Y como fiera que se recoge en su cubil a sestear, sólo se atribula por pensar en el ataque de su próxima víctima. El Edén fue dulce, el pecado amargo, el primero desapareció, el segundo floreció rápidamente, esparciéndose amenazante con la rapidez de la luz. La recuperación del Paraíso es imposible, el pecado no necesita de ella, ni le importa.



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