La imagen negativa hacia la vejez, que muchas veces tiene la población más joven, acentúa la incapacidad del anciano al limitar sus actividades, por adjudicarle disminución de las capacidades físicas e intelectuales, cuando lo cierto es que "la vejez no es una enfermedad, es una etapa vital" con condiciones reales de subsistencia.
En la relación diaria con el anciano, no podemos ni sobreprotegerlo, ni marginarlo, ni enfatizar en las pérdidas ocasionadas por la vejez, lo que repercute en la imagen que tienen del anciano, la sociedad y el individuo envejecido de sí mismo.
Una persona al envejecer suele basar su propia imagen en éxitos anteriores, como la belleza, el poder, el vigor físico o sexual, y los contrarresta con el presente de pérdidas, según que no son a veces reales, pues siempre existe un caudal de posibilidades interiores no reconocidas totalmente.