La clave de la medicina preventiva está en el paciente y su grado de responsabilidad consigo mismo. Tal vez no tengamos todo el tiempo y la disposición del mundo para hacernos chequeos médicos periódicos y llevar una vida saludable. Pero no hay duda de que hacerlo funciona. Prolonga nuestras vidas, y reduce a un mínimo considerable el dolor y malestares de las enfermedades.
¿Pero, qué hacemos por lo general? Esperamos estar realmente graves para entonces pensar en acudir a un médico. La opción de esperar hasta el último momento para recibir atención médica tiene un doble costo: limita nuestras posibilidades de recuperación, y nos cuesta más dinero.
Los estudios científicos lo comprueban: si en Estados Unidos la gente lograra suprimir o disminuir el consumo del tabaco, mejorar la dieta, aumentar el ejercicio físico, o evitar el consumo irracional de alcohol, ocurrirían 900,000 muertes menos por año, lo que representa casi el 40% de la mortalidad en ese país.
¿Qué es mejor, esperar a que nos dé cáncer y someternos a carísimos tratamientos de quimioterapia, o controlar lo que ingerimos desde que estamos jóvenes, y llegar así a una vejez con un mínimo de achaques?
¿No le gustaría estar en condiciones físicas óptimas en los últimos años de su vida, y así poder disfrutar de su jubilación y de sus nietos? La mayoría de los que han abusado del alcohol, el cigarrillo y la comida no pueden disfrutar plenamente de su vida cuando llegan a los 63 años; si es que tienen la suerte de llegar hasta allá.
Nuestro cuerpo es como un automóvil. Si no le damos mantenimiento y abusamos de él, se nos va a dañar más temprano que tarde. Hay que cambiarle el aceite, las bujías y las llantas cada cierto tiempo, y llevarlo al mecánico para chequeos periódicos; algo mucho menos traumático a esperar a que se nos queme la máquina. No dejemos que nuestra máquina corporal se nos queme.