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Mujeres sanmigueleñas, cumpliendo con la manda ofrecida a los santos.  |
Es innegable que Panamá, es un país, de una belleza inmensurable, con exóticos y paradisíacos lugares, que serían la inspiración de todo poeta, donde desarrollarían las más tórridas y románticas historias de amor y pasión. Pero también es un pueblo religioso, respetuoso, alegre y cordial.
Muestra de ello, son los residentes de la isla de San Miguel, ubicada en el Archipiélago de las Perlas, en el Pacífico panameño.
Sus más de 4 mil habitantes, entre hombres, mujeres y niños, son personas devotas de la fe cristiana.
Por tal razón las actividades de Semana Santa, organizadas por los sanmigueleños, han traspasado fronteras, pues ciudadanos de otras nacionalidades acuden a esta comunidad a cumplir promesas hechas a los santos.
Desde muy pequeños, los sanmigueleños, son encaminados por los senderos del respeto y el amor a Dios, por eso es común ver docenas de rostros angelicales, de niños y niñas, que con farol en mano alumbran el camino, durante la procesión de Viernes Santo, de los feligreses, que cargan sobre sus hombros a San Juan, a María Magdalena, a la Virgen del Carmen y al Santo Sepulcro.
Los santos son adornados con flores de color blanco y morado, distintivos de la fe cristiana. Los que deben cumplir la promesa, se visten con una túnica, de color morado, lo cual los identifica con su fe y sus creencias.
El acceso a la isla, es por vía aérea y marítima, sus habitantes se dedican a la agricultura, la caza y la pesca de subsistencia; además, de laborar, algunos, en las oficinas públicas.
Los isleños, han organizado una cooperativa de taxis, que a diferencia de los que conocemos en la capital, son carretillas con las cuales transportan el equipaje de las personas, nacionales y extranjeros, que visitan el lugar. Los dineros recabados, anualmente, son invertidos en mejoras y existencia social, para la parroquia.
El plato típico, es el guacho de marisco con coco, que la gente, de andar pausado, humilde y hospitalaria ofrece, gustosa, a los visitantes. En fin la Isla de San Miguel, es un paraíso, aún sin explotar, donde se mezclan, la devoción religiosa, el trabajo honesto y la hospitalidad de sus habitantes. |