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La carga de una conciencia

Por: Hermano Pablo | Reverendo

Fueron treinta y ocho años: treinta y ocho años de paseos silenciosos por el fondo del patio, treinta y ocho años de rumiar siempre la misma pena, de recordar siempre el mismo hecho, de soportar el mismo cargo de conciencia. Hasta que al fin Marián Allen, ya de sesenta y ocho años, decidió hacer algo.

Llamó a la policía de Troy, estado de Texas, y dijo:

He matado a mi bebé, y lo tengo enterrado en el fondo del patio.¿Cuándo fue eso? preguntó la policía. Hace treinta y ocho años -respondió Marián con voz doliente.

He aquí un caso de conciencia culpable. Cuando esa mujer tenía treinta años, tuvo un bebé, producto de un amor furtivo. Quiso ocultar su vergüenza y su problema, dando muerte al recién nacido y enterrándolo.

Llevó después de eso una vida casi normal, casi normal porque, aunque trabajó, compró casa, tuvo amigos, miró televisión, leyó diarios, tomó vacaciones, asistió a la iglesia, comió, bebió y vio pasar los años, nunca la abandonó el sentido de culpabilidad causado por el asesinato del bebé.

Hay pocos, muy pocos, en este mundo, que pueden llevar una vida perfectamente normal sin ningún cargo de conciencia. Los que cargan un delito no descubierto, un pecado no confesado, no pueden llevar una vida normal. Algo les roba el sueño como le sucedió a Marián Allen con el recuerdo del bebé muerto.

Nadie puede tener una conciencia tranquila hasta que hace las paces con Dios. Y nadie se reconcilia con Dios hasta que se rinde a Jesucristo y lo recibe como Señor y Salvador. Sólo Cristo puede darnos la seguridad absoluta del perdón de nuestras culpas y la paz que sobrepasa todo entendimiento.

No hay pesadillas para los que saben que son perdonados. Jesucristo, Dios hecho hombre, que pagó en la cruz la deuda de toda la humanidad, perdona al pecador.



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