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Hiperconsumo sin futuro

David Garcia Martín | Crítica en Línea

El hombre se ha obsesionado con los objetos de consumo. Ha caído en la trampa de creer que, cuanto más tiene, más feliz va a ser, sin caer en la cuenta de que no es más feliz el que más tiene sino el que menos necesita. Cada día crece el número de personas que dicen sentirse insatisfechas a pesar del tren de vida que llevan. Sin embargo, aquellos que lideran la sociedad de consumo hacen oídos sordos y siguen empecinados en modelos de crecimiento cuestionables e insostenibles.

Cambiar de coche, de teléfono móvil, de zapatillas deportivas o de portátil ha pasado de ser el capricho de unos pocos a convertirse en algo medianamente habitual en los países ricos. Se ha confundido el estado de bienestar con el estado del malgastar.

El hiperconsumo de los países ricos no solo no mejora la vida de las personas, sino que empeora la de otras muchas que se encuentran a miles de kilómetros de los grandes centros comerciales adonde acuden los fines de semana a satisfacer supuestas "necesidades".

Para que un ciudadano clase media, de cualquier país occidental, pueda llevar unos pantalones de marca y una camiseta con el logo deportivo de moda -Nike, Adidas, Reebok, New Balance, etcétera- en muchos de los casos, niños en China, India, Indonesia o Tailandia han tenido que trabajar en condiciones de esclavitud durante jornadas de 14 a 18 horas. Esto no significa que en Occidente no se deba comprar ropa, pero sí que los ciudadanos -consumidores para las empresas- y sus representantes políticos exijan garantías a las grandes corporaciones para que las personas a las que contratan sean tratadas con dignidad y se cumplan las leyes laborales básicas y se respeten los derechos del niño.

Jeremy Rifkin es experto en cambio climático y tecnología e informa que para producir un kilo de carne hacen falta 900 kilos de comida y 16, 000 litros de agua. Las emisiones de CO2 son superiores a las que emite el transporte mundial, asegura.

El planeta es finito, pero el hombre actúa como si fuera inagotable. Se cree dueño y señor, se sirve de él, pero no se siente parte de él. Este hiperconsumo galopante se sabe que no puede durar mucho más. Ojalá recuperemos pronto el sentido común y la racionalidad.




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