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  OPINION

CUARTILLAS
Desempleo

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Milcíades A. Ortiz Jr.

El hombre disfrutaba su éxito comercial. Tenía dinero en el banco, una casa en las afueras, vestía sacos de lino blanco, con zapatos norteamericanos de la mejor marca. Poseía un automóvil de Estados Unidos último modelo. Con frecuencia llevaba a la familia a El Rancho, sitio de moda en los años cincuenta.

Había guardado cinco mil balboas para la educación universitaria de sus hijos. En fin, la vida le sonreía... hasta que una serie de inconvenientes echaron a pique su negocio de barcos camaroneros. De la noche a la mañana perdió casi todo.

Primero se fue el auto nuevo por no poder pagar las letras. Luego desaparecieron el uso del saco y tenidas en El Rancho. Por supuesto que le dio una fuerte depresión. Se sentaba durante horas, por varios días, en una silla, mirando hacia la pared.

Era impresionante verlo así, callado, inmóvil, con la mirada perdida. Imagino que analizaba mil y una vez el por qué su fracaso económico; pasado los cuarenta, sin educación superior, con una esposa y tres hijos, el panorama era desolador.

Hasta que un día se levantó de la silla, y comentó a la mujer que "no se había pegado un tiro porque no era un cobarde y no dejaría a su familia sin alimentar".

Consiguió un viejo camión, le puso dos tanques grandes y los lleno de kerosín. Se fue a vender ese combustible popular por Río Abajo, Pueblo Nuevo y Parque Lefevre. También incursionó en rifas y la venta de carbón en paquetes, lo que fue una novedad en esa época.

Poco a poco pudo llevar el alimento a su familia; luego consiguió un empleo para vender galletas. Y sin pensar que años atrás había sido un empresario triunfador, enfrentó la vida con dinamismo y valentía.

De allí consiguió empleo como gerente de supermercado y por su honestidad lo encargaron de recolectar miles de balboas al día, para la principal cadena de estos establecimientos comerciales. Llegó al final de su vida tranquilo, con la satisfacción de ver convertirse en profesionales a sus hijos.

Ese es un ejemplo de un hombre verdadero, quien al quedar sin empleo enfrentó la realidad y sin asco, hizo cuanto trabajo pudo de manera honrada, para cumplir con su responsabilidad "machista" de llevar la comida al hogar.

Cuando escucho lamentos de gente con títulos universitarios que han sido despedidos de cargos de gobierno o empresa privada, recuerdo a ese hombre quien de la vida de rico pasó a la de obrero.

Por suerte en mi larga vida de trabajo (comencé a los dieciocho años), solamente he estado sin empleo cuatro meses, cuando regresé de Chile como sociólogo. Algunos no sabían "para qué sirve un sociólogo", y los cargos de estos profesionales no existían en la estructura laboral panameña.

A pesar de mis títulos, a veces pienso que no tendría el valor de mi padre (q.e.p.d.), para enfrentar la realidad dura de la vida. Tal vez verlo traumatizado me impulsó a estudiar dos carreras universitarias, y a trabajar con mucho amor el periodismo, la enseñanza y la sociología.

Ante la triste realidad del momento causada por la desaceleración, la falta de fórmulas económicas mágicas del gobierno, la salida de los norteamericanos de Panamá y la situación internacional, debemos aumentar nuestro ingenio para subsistir.

Como decía mi padre: "¡ningún trabajo honrado es malo!" Así que los que ahora no tengan empleos que sean optimistas, se arremanguen la camisa y busquen la manera de hacer plata honradamente.

 

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