Atención porque las lecturas de este domingo muestran la hondura del dolor de Cristo y la solidaridad de Dios con la condición humana hasta el punto del abajamiento y entrega en la cruz. Pero la muerte no tiene la última palabra en los planes de Dios.
Es sobre este telón de fondo en el que conmemoramos la entrada mesiánica de Jesús en Jerusalén montado en un borrico.
Con este gesto profético, Jesús se presenta no con el aire triunfal de los vencedores, sino en son de paz y en la total humildad.
Esta procesión victoriosa de los Ramos es un anticipo pascual, un adelanto de la Resurrección.
Entrada triunfal de Jesús en Jerusalén
Después de la lectura de la Pasión de Cristo, deberíamos guardar silencio y contemplar, pues acabamos de escuchar una historia de amor donde Dios y el hombre son los protagonistas.
Una historia en la que Dios no sabe otra cosa más que el amor.
El Cristo cercano, compasivo y misericordioso sufre una fuerte angustia, pero se preocupa más del problema de los demás que del propio; por eso, escucha, cura, consuela, perdona, aún cuando Él está pasando los peores momentos. Únicamente tiene palabras de perdón, de compasión, de generosidad y de confianza.
La historia de la Pasión de Cristo es una historia intensa, dramática; es una historia Viva, Crítica en Línea que no pasa nunca; es una historia humana y divina, de mucho sufrimiento, pero de mucho sentimiento y con un final feliz... es una historia del pecado de los hombres, del dolor más desgarrador y del amor más grande.